lunes, 11 de agosto de 2025

Crónica conmovedora y valiente (Aún estoy aquí)

No es la primera película que trata el tema, ni será la última (por desgracia), pero sí es de las más conmovedoras que he visto. Ganadora del Oscar a mejor película internacional, Aún estoy aquí (2024) supone el largometraje más significativo dirigido por Walter Salles desde la floja En el camino (2012), con un argumento sobre el incandescente pasado político de Brasil. Es un filme basado en el libro del mismo título, publicado en 2015 por uno de los hijos del exdiputado laborista Rubens Pavía, cuya familia es la protagonista de la película (especialmente su esposa Eunice, interpretada magníficamente por Fernanda Torres).

Desde 1964, Brasil estaba sometido a una dictadura militar; pero en 1970 --coincidiendo con la toma de posesión como presidente del comandante Garrastazu-- la represión política contra la oposición se intensificó, alcanzando a cualquiera que fuese sospechoso de colaboracionismo con las fuerzas contrarrevolucionarias. Es uno de los períodos más oscuros de la historia reciente del país, una hidra ultraconservadora y violenta que todavía no se puede dar por liquidada. Una de sus últimas cabezas es el cierre judicial del lamentable final de la ya de por sí lamentable presidencia de Bolsonaro (con intento de golpe de estado incluido), de la que, seguramente, en menos de una década estaremos viendo una emotiva crónica cinematográfica.

El referente cinematográfico de Aún estoy aquí más evidente para el espectador de largo recorrido es la lejana Missing (1982) de Costa-Gavras, aunque este drama familiar sobre la desaparición de un joven durante los primeros días del golpe de Pinochet en Chile era un torpedo dirigido directamente contra la administración estadounidense, inductora nada disimulada del derrocamiento violento e ilegítimo de Salvador Allende. Salles, en cambio, prefiere invertir completamente los equilibrios: dejar que el muro de silencio de la represión política asome imperturbable cuando la familia intenta recabar información sobre el padre de familia desaparecido, con las consecuencias devastadoras que eso implica. No se echa de menos ningún análisis o algo de contexto histórico, ni siquiera mencionar de paso algunos nombres y apellidos; basta con mostrar grupos de hombres mediocres, esbirros de un poder ejercido sin más, aprovechando el simple detalle de ir armados. Es suficiente con mantener la historia en el lado de las víctimas para asegurar que la historia dejará al descubierto las vergüenzas de la dictadura.



No hay ningún resquicio para la esperanza, tan sólo el día a día de una familia que intenta seguir su vida a pesar de tan tremenda amputación. Hasta que las palabras recuperen su significado cuando, con décadas de retraso, se emitan los certificados oficiales de defunción de los desaparecidos. La prueba definitiva que desmonta por fin la realidad inexistente del discurso oficial de la dictadura. A partir de ese momento, será el turno de las cronologías, reconstrucciones, cuantificaciones, descripciones... Para las familias, en cambio, es el inicio de un duelo negado durante años, la herida abierta que por fin encuentra la manera de empezar a cerrarse. A esto se dedica en exclusiva la película, sin exageraciones ni escenas definitorias; es suficiente con el drama de la pobre inocencia de la gente ante el abuso del Estado.

Ya queda lejos la sensibilidad a flor de piel de Estación Central de Brasil (1998) y el descubrimiento --pocos años después, aunque esta vez como productor ejecutivo, en la obra maestra que es Ciudad de Dios (2002)-- de la capacidad de Salles para la narración ágil, su valentía para abordar temas polémicos y desentenderse de las posibles consecuencias de una verdad incómoda. Llevábamos mucho tiempo sin otro buen filme de Salles, y empezaba a pensar si aquel estilo delicado y a la vez valiente habría sido flor de un filme, el fruto de unos guiones excepcionales. No ha sido así, Aún estoy aquí nos devuelve la mejor versión de su director, la que nunca debió dejar de cultivar; la que debería predominar en una filmografía un tanto ecléctica y, a ratos, desnortada.

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