Cierre de lo que a toro pasado su autor considera una trilogía --compuesta por El polvorín (1998) y Sueño de una noche de invierno (2005)-- Optimistas (2006) rezuma tristeza por todos lados; y su título es una más de todas las ironías que desgranan las cinco historias que componen el filme. Paskaljevic está convencido que Serbia --su país-- vive inmersa en una era de falso optimismo, algo así como un adormecimiento ético y cívico respecto a su pasado reciente. Pero como él mismo comprobó tras su estreno en el Festival de Toronto, ese falso optimismo es muy probablemente uno de los signos de los tiempos de la sociedad occidental. Adormecida definitivamente nuestra iniciativa crítica y política, atrincherados en el mantenimiento del poder adquisitivo, nuestra identidad y principal actividad es el consumo, que confortablemente nos insensibiliza del entorno. Quizá Paskaljevic crea que lo que pasa en Serbia sea consecuencia de la nefasta última década llena de guerra, genocidio, fascismo y una transición a la democracia que acaba con el asesinato de su primer ministro. En el caso de Occidente, donde el paralelismo es imposible, ¿dónde está la causa? ¿en la burbuja que ha construido alrededor de todos los problemas que amenazan su statu quo? Yo empezaría, en el caso de Europa, revisando los conflictos armados más o menos cercanos geográficamente que han estallado en los últimos años, constatando la doble moral diplomática y la mirada hacia otro lado practicada por los países con alto nivel de vida y tradición de estabilidad política. Creo que por aquí podríamos empezar a enhebrar la aguja.
Este deprimente panorama, sin embargo, se reviste de un falso optimismo, que es lo que denuncia la película: todos lo exhibimos de puertas afuera porque tememos ser acusados de derrotistas, tabú imperdonable donde los haya. Paskaljevic dice haberse inspirado en Cándido, la novela de Voltaire que escandalizó a Europa en el siglo XVIII, puesto que decía exactamente lo mismo que él ahora. Lo que yo no tengo tan claro es que lo que al final se desprenda de cada uno de los episodios sea "falso optimismo", en todo caso veo seres miserables, egoístas y patéticos (salvo en el primero y en el último, donde los protagonistas son pobres ingenuos que caen en la trampa de su propia ignorancia) que no tratan de disimular o tergiversar sus miserias, sino que las aceptan resignados y se preparan para sobrevivir con ellas.
La película arrecia el tono crítico a medida que transcurren las historias, hasta llegar a ese final tristísimo en el que las víctimas de un timo se empeñan en encontrar el manantial que les aliviará de todos sus males. La escena es larga y contiene momentos en los que parece que todo va a acabar en parodia, y que la risa hará olvidar el patetismo; pero no, Paskaljevic sortea la amenaza con maestría porque está empeñado en demostrar que todo va muy mal, y sólo por fastidiar algunos insisten en afirmar lo contrario. Sin duda, el humor negro que se abre paso a partir de la tercera historia hace más llevadera la película, puesto que las situaciones y las lecturas que se desprenden son más y más deprimentes. Aun así, prefiero la lucidez desencantada de Optimistas que un sermón-denuncia de estilo apocalíptico. Eso sí, hay que ir a verla preparado.
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