Fiel a su imprevisibilidad, Lars von Trier, padre del Dogma y de una filmografía llena de vaivenes estilísticos, dice que no sabe si rodará Washington, la película que, tras Dogville (2003) y Manderlay (2005), debía cerrar la trilogía sobre los EE UU. Y eso me cabrea, porque después de descubrir tarde Dogville y haber quedado encantado, de haber visto Manderlay y descubrir que el tono y la calidad se mantenían (a pesar de repetir escenografía y efectos); ahora me veo privado de un cierre que muy presumiblemente iba a poner de vuelta y media al Capitopio y todo su mundillo de corruptelas e intereses creados.
Es la segunda trilogía que deja inacabada (Riget, la miniserie de TV, espera cierre también), así que tampoco hay que sorprenderse demasiado. Lo que sí me hace gracia es que von Trier reste importancia al hecho de haber pasado por encima de los mandamientos Dogma que él mismo contribuyó a poner de moda. Recuerdo aquella chorrada de recibir un diploma que acreditaba que la película tenía Denominación de origen Dogma y lo orgulloso que se sentía su director, el revuelo que se montó cuando El desenlace (2005) de Juan Pinzás lo obtuvo, ¡la primera película Dogma del cine español, fíjate tú qué cosas! Pero el tiempo lo ha puesto todo en su sitio: puede que la renovación estilística haya supuesto una aportación, como Celebración (1998), Los idiotas (1998), del propio von Trier, o Italiano para principiantes (2000), pero toda esa ortodoxia como de graduación universitaria aplicada al cine, pues no cuadra muy bien con la creatividad y suena un tanto cutre...
Von Trier por tanto pasa de Washington y estrena El jefe de todo esto (2006), rodada en automavisión, un sistema en el que el ordenador es el que decide lo que se encuadra, cuánto tiempo y desde dónde. De este modo el director, y von Trier lo proclama orgulloso, ya no tiene capacidad de decisión sobre estas cosas, y todo resulta más innovador. Pues no sé qué pensar: es como si un escritor prefiriera que un software especializado llamado Pito Pito Gorgorito decidira por él el tono, la persona y el número de frases en subjuntivo que debe emplear. A mí me parece que eso es dimitir de la narración, y por ahí sí que no paso. Otra cosa es que luego resulte que la película está muy bien y el único elemento prescindible de esta historia es von Trier, que es un pedante dogmático. Aun así nos quedan Dogville y Manderlay para redimirle.
5 comentarios:
¿Automavisión? No consigo encontrarle utilidad, fuera de la de facilitar el trbajo al director usando como cambio aspectos esenciales de la película y la capacidad expresiva que tenga.
Von Trier, el Dogma y sus enigmas en películas son una tomadura de pelo pero que sirven de marketing.
Desde Dancer in the dark y Rompiendo las olas creo que lo he puesto en el apartado de "directores pedorros y tramposos".
Saludos.
He recibido su email y estoy dando una vuelta :)
Creo que lo que propone Lars Von Trier es puro márketing, me gustaba cuando filmaba lejos de estos conceptos.
Precisamente dentro de muy poquito voy a hablar de Dogma en mi blog, así que es como si me hubieras leído el pensamiento.Lars Von Trier tal vez tiene un ego enorme, pero se ha de reconocer que al menos tiene ideas, y eso es algo que escasea. Ha pasado de la etapa en que experimentaba con el color de la trilogía de Europa a el minimalismo del Dogma; al menos en El jefe de todo esto demuestra tener sentido de humor (aunque muy ácido), si no me equivoco entre sus proyectos está una película en la que se explicaría que Dios es en realidad el Diablo, y otra nueva idea de rodar la misma escena de formas distintas.
El jefe… es un buen guión, brillante de contenidos: el entorno laboral, el significado de ser actor y la lucha daneses-holandeses. Todo aglutinado con el humor, recordando a La ciencia del sueño. Los encuadres son secundarios. Lo curioso es que esa técnica aleatoria tenga un efecto tan parecido a la falta de recursos, autentica película dogma.
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