Es una pregunta que me ronda la cabeza desde hace días y me tiene (relativamente) preocupado porque no sé oponer una respuesta convincente. Así que antes de argumentar con lo primero que se me ocurra me voy a la
base de datos sobre cine español del
Ministerio de Cultura y repaso los productos nacionales estrenados en los últimos dos años. De pronto me asalta el temor de haber dejado escapar algún filme importante, imprescindible o interesante.
Comienzo por el año en curso: tenemos
Pudor de los hermanos Ulloa;
Lola, la película o
Una mujer invisible de Gerardo Herrero; y me dejo fuera
Ciudad en celo y
¿Quién dice que es fácil? porque a pesar de la financiación todo lo demás es argentino. De todas estas sólo he visto la última. También encuentro títulos tan llamativos como desconocidos, que comparten además otro curioso rasgo: haber sido rodados hace 2 años o más. Cito algunos:
Desnudos, desnudos de Juan Manuel Chumilla;
Bajo las estrellas de Félix Viscarret (con premios, gran reparto y una más que previsible indiferencia de público) o
Faltas leves de Jaume Bayarri y Manuel Valls. Pero la que se lleva la palma es
Paella con aji de Galo Urbina, con 15 espectadores y 72 € de recaudación (compruébalo en el enlace).
Como no me conformo reviso el 2006: allí me topo con
Desde que amanece apetece del incombustible Antonio del Real,
El crimen de una novia de Lola Guerrero y 888 espectadores ; junto con
Volver de Almodóvar,
Alatriste de Díaz Yanes,
Azul oscuro casi negro de Daniel Sánchez y
Tu vida en 65 minutos de María Ripoll (estas dos últimas sí que se me pasaron). Así que me doy cuenta que cuando uno se baja a los datos se pueden sacar mejores conclusiones: el 2006 no fue tan malo y si se me pasaron algunos filmes interesantes fue porque no duran nada en cartel. El 2007 en cambio no pinta tan bien (y más si tenemos en cuenta que ahora vienen los meses de verano y la travesía del desierto de los estrenos).
Luego me da por pensar que hemos cedido al cine estadounidense la exclusiva del tratamiento de ciertos temas universales; pero claro, como es imposible hacer una película sin hacer referencia al espacio y al tiempo, ellos ruedan en su país y retratan su estilo de vida (ese que, según los sociólogos más cansinos, nos inoculan como un virus sin que nos demos cuenta). Y claro, en parte es cierto, porque la potencia de su industria les permite esperar hasta dar con el guión más trabajado, los actores idóneos y el equipo técnico adecuado (llegado el caso). El resultado es una obra técnicamente perfecta y admirable desde el punto de vista del espectador medio (y a veces, muchas veces, del experto y del novato).
El cine español, el europeo en general y también el de los países en desarrollo, en cambio, están anclados no sólo en los temas locales (cuando se pretende hacer cine social), sino en una experimentación formal casi siempre obligatoria a falta de un argumento atractivo. Las alternativas parecen ser: ¿eres un cineasta consagrado? Pues dedícate a explotar los sentimientos con historias auténticas o muévete dentro de los géneros en el sentido clásico del término. ¿Eres un novato, un pedante, un inadaptado o un inepto con enchufe y financiación? Pues tira de paradojas argumentales, de personajes ambiguos, de supuestos hallazgos narrativos, de cuidadas metáforas visuales, de usos novedosos del sonido... En fin, de todas esas expresiones que solemos leer cuando el crítico de turno se enfrenta a un estreno de corta carrera en salas y no quiere cebarse en exceso. Destacar la experimentación es como mentir a un enfermo de cáncer.
Es una esquizofrenia narrativa que se ajusta sospechosamente a la potencia de ambas industrias: los estadounidenses se permiten los temas generales y los saben encajar en conflictos más o menos cotidianos; para el resto del planeta queda como único material la coyuntura sociológica y, eso sí que es justo reconocerlo, de vez en cuando una obra perfecta a la que el mismo Hollywood necesita hacer un
"Guardar como..." (ellos creen que) mejorado, porque no les cabe en la cabeza que no sean ellos quienes digan la última palabra en determinados argumentos redondos.
Creo que en parte por eso veo tan poco cine español, porque esas películas dignas de
"Guardar como..." aparecen, como mucho, dos veces en una década.