Ya lo dijo Borges: el lenguaje es una cadena infinita de combinaciones de palabras. Pero mientras que las letras son finitas, no existe límite para la formación de palabras ni oraciones. De modo que es imposible concebir un número que describa las combinaciones posibles. En esa cadena infinita, extendida de forma secuencial, sólo una pequeña parte tiene sentido: las oraciones bien construidas y con significado completo. En el inabarcable dominio del lenguaje, lo racional ocupa una parte infinitesimal: axiomas, teoremas, reglas de inferencia, criterios de verificación.
En las fronteras de lo racional existe un territorio mucho mayor en el que habitan aquellas oraciones en las que no se da la completitud total que exigen la gramática y la semántica: no son formalmente correctas ni carecen por completo de sentido, porque éste suele ir más allá de lo racional. Son aquellas oraciones ambiguas que apelan a lo instintivo, lo paradójico, lo aparente; al humor, a lo imprevisto. En una palabra: intensidad. Es el dominio de la poesía, más vasto aún que lo racional: «El que lleva por máscara su rostro» (Octavio Paz).
Las cadenas restantes, formando un universo aún mayor que los otros dos juntos, están a merced del sinsentido, la reiteración y el absurdo. A la espera quizá de que una imprevista ampliación de lo racional las dote de significado --por medio de inefables recovecos de la mente humana-- se abre la inmensidad del surrealismo, donde el arte de la combinatoria es capaz de extraer (tras millones de quilómetros de secuencias imposibles y ridículas) un chispazo que se parezca a la significación: De, de, de. Más, más, más. Ontario. Sagrado.
Ya están las secuencias extendidas hasta el infinito y en el mapa se aprecian las fronteras. ¿Qué queda por hacer? Saber si lo racional es la suma de la poesía más el surrealismo o si, una vez alcanzados los límites de lo racional, resulta que inventamos la poesía y reservamos el surrealismo (por obra y gracia de las leyes de la probabilidad) como posible yacimiento de intensidad. Es posible que la respuesta caiga en los tres dominios. O en ninguno.
Este verano tocará reflexionar sobre un clásico que revisé precisamente ahora hace un año: Sentido y sensibilidad (1995) de Ang Lee. He necesitado todo este tiempo para descubrir lo que quiero escribir acerca de él. No me despido sin mis habituales píldoras audiovisuales. Este año le toca a Delafé y Las Flores Azules (antes conocidos como Facto Delafé y Las Flores Azules) y el vídeoclip de la canción Espíritu Santo: un perfecto ejemplo de buenrollismo naïf al estilo barcelonés con algunas caras de famosetes locales y una pizca de estilo Institut del Teatre, tan caro por estas tierras. Sin duda una de las canciones de mi verano 2010.
Y también este otro, formalmente impecable (todavía con Facto en el grupo), y que encaja perfectamente en el tono y en el estilo de la canción (El indio), subidón interior de adrenalina garantizado:
No me quiero despedir sin una píldora auténticamente cinematográfica: el minimetraje Un novio de mierda, de Borja Cobeaga; o cómo los hombres nos rebajamos a hacer lo que sea con tal de salir del paso y conseguir lo que queremos, y cómo las mujeres (no siempre, pero sí muchas veces) se derriten cuando les dicen lo que están deseando oír, aunque sea una mentira flagrante. Divertido, intenso y universal:
¡¡¡Nos leemos a la vuelta!!!
2 comentarios:
QUE TENGAS UNAS BUENAS VACACIONES, QUE DISFRUTES DE TU MERECIDA PAUSA EN EL BLOG, ASÍ LO RETOMAS CON MÁS GANAS, ME QUEDO CON TUS CANCIONES VERNANIEGAS. PETONSSSSS
Hasta la vuelta pues! A mí también me queda bien poco...
Saludos!
Publicar un comentario