Si quieres prolongar el buen rollito que se ha generado durante un rodaje, y por el bien de la creatividad espontánea, lo más recomendable es dejarse llevar por lo que salga y rodar otra película a continuación. El spin-off cinematográfico más famoso de las últimas décadas es Blue in the face (1995) de Paul Auster y Wayne Wang, producido como consecuencia directa del entrañable rodaje de Smoke (1995), del propio Wang. Actores y técnicos se dieron cuenta, al acabar la película, de que querían seguir trabajando juntos, que había cosas por decir e ideas por plasmar. Todo fue bastante improvisado: mientras los que ya se conocían se ponían a trabajar, fueron llamando a amigos y conocidos para que se pasaran por el set para hacer su aportación (lo que tocara o lo que se les ocurriera). Lou Reed llamó a Jim Jarmusch, que llamó a Mira Sorvino, que llamó a Madonna, que llamó a Michael J. Fox... Bueno, probablemente la cadena de llamadas no fue así, pero el proceso de reunir gente con la excusa de pasarlo bien improvisando escenas y diálogos sí. La cosa es que Blue in the face se inspira directamente en temas colaterales y/o en zonas oscuras de su predecesora Smoke, pero ampliando el foco para abarcar más situaciones y personajes entre lo raro y lo encantador. ¿El resultado? Un curioso compendio de tomas falsas y material inédito que podría incluirse entre los Extras del DVD de Smoke.
The trip (2010) de Michael Winterbottom también es un spin-off, pero de gestión bastante más retardada. A diferencia de Blue in the face, The trip retoma la química actoral y personal de Steve Coogan y Rob Brydon, que protagonizaron Tristram Shandy: a cock and bull story (2005) cinco años antes. El filme se apoya en la misma dosificación de personajes reales que se interpretan a sí mismos en un argumento mínimamente ficcionado, pensado para dar rienda suelta a la capacidad de improvisación, ironía y humor de ambos actores. Winterbottom ha regresado a lo eficaz conocido, quizá para tomarse un respiro que le permita experimentar sin presión, sabiendo que sus intérpretes se ocupan de llenar la pantalla (física y verbalmente).
Aparte de posibles motivaciones creativas y como experimento de rodaje, Winterbottom aporta un indudable trabajo de montaje propio de la ficción cinematográfica que ponga límites y sirva de cauce a las expansiones interpretativas de Coogan y Brydon (que en algunos momentos se atascan o amenazan con hacerse recursivas y cargantes). Y poco más: la película funciona en lo básico --divertir, interesar y entretener-- en estos dos pilares (actores y montaje), mientras que por encima se desarrolla una mínima excusa argumental: el actor Steve Coogan invita a su amigo Rob Brydon a una ruta gastronómica por restaurantes sofisticados y pastosos que había preparado con su novia, pero finalmente ella no podrá ir porque han decidido «tomarse un descanso». El encanto y el interés de The trip son precisamente esas trazas de realidad que se insertan descaradamente en la ficción que le sirve de excusa. Perfectamente introducido en la escena inicial y rigurosamente pautado por días, el argumento se despliega con naturalidad, dejando que el espectador se acomode, dispuesto a disfrutar con el itinerario geográfico, pero también con ese otro itinerario interior de cada protagonista y con la inevitable interacción que surge entre ambos.
De rebote, y no sé si como un efecto deliberado, el filme retrata algunas pautas y patologías características del hombre maduro occidental: adicto a la comunicación a distancia (las llamadas por móvil, siempre realizadas en parajes bellísimos y solitarios, alejados de todo y de todos, sugieren dificultad congénita para la comunicación cara a cara, especialmente con hijos y exmujeres); con problemas para expresar sentimientos con sinceridad, sorteados mediante el recurso constante a imitaciones de actores de Hollywood, recitando fragmentos de películas que digan lo que se quiere decir pero añadiendo el airbag de seguridad del recitado, la capa interpuesta que les permite evitar mostrarse tal como son; los padres ancianos, el único reducto vital en el que deliberadamente no permiten que se cuele la ironía o el sarcasmo, porque son su única conexión con la infancia. Coogan y Brydon, probablemente sin ser del todo conscientes, componen con su colección de sobremesas y paseos, un contrarretrato del mundo masculino: atrapados en una red de compromisos fracasados en los que acaban perdiendo interés; obsesionados por encontrar algo que les encandile y les haga sentirse satisfechos sin esfuerzo; y en las personas con estudios superiores, con una incontenible tendencia a la ostentación cultureta, al flirteo como única arma de socialización (motivado por la perspectiva de sexo sin compromiso)... Decepción, inmadurez, opacidad, egoísmo, imperio de los instintos, incapacidad para concretar, especialmente los deseos y los sentimientos. En tres palabras: somos una joyita...
A pesar de su mínimo argumento, la película se las apaña para ofrecer un amplio repertorio de escenas: Winterbottom maneja especialmente bien aquellas en las que la sinceridad amenaza con desbordarse, como la de las ruinas del monasterio; o cuando hay que lanzarse a tumba abierta al dar con algo realmente divertido, con los protagonistas burlándose de los diálogos de las películas épicas (sencillamente desternillante); o cuando hay que dejar paso a la tristeza, como en todas las conversaciones de Coogan con su novia, su exmujer y su hijo, en las que la necesidad de alejarse de todo para encontrar cobertura supone algo más que un requisito técnico; o cuando es necesario superar una decepción menor, como el inesperado instante de soledad en el mar de piedra, echado a perder por culpa de un chalatán insoportable. Esta última escena puede pasar como un simple gag a costa del trato social con desconocidos (tan habituales en el humor inglés), pero por debajo queda el deseo frustrado de sincerarse ante un extraño, cuando el paisaje y el momento, sin quererlo, acompañan. Bastaría un simple saludo para que se abrieran las compuertas... Todo encaja a priori, excepto el desenlace verosímil...
Pero toda esta profundidad surge sola, porque la película no se aparta de lo estrictamente funcional: los desplazamientos en coche, algunos encuentros y las comidas y cenas previstas. Es en estas últimas donde Winterbottom quizá se permita ser más creativo: las discusiones absurdas de Coogan y Brydon se alternan con imágenes de la esmerada preparación de los platos que luego degustan sin apenas prestar atención; para ellos es simplemente comida. Concentrados en sus disputas el resto del mundo es un mero decorado. Así somos los tíos de este comienzo de siglo XXI: incapaces de centrarnos excepto en nuestros propios deseos y pulsiones (las cuales, dicho sea de paso, necesitamos satisfacer de forma inmediata).
Al salir del cine me di cuenta de que la escena final de The trip es casi idéntica a la que cerraba Un tipo genial (1983). En ésta, Mac (interpretado por Peter Riegert) regresa tras una aventura escocesa que ha modificado sus prioridades vitales y además enamorado. Mientras deja la maleta, se acerca a la terraza; los ruidos nocturnos de la ciudad de Houston no hacen más que acentuar su sensación de desarraigo y su nostalgia. La banda sonora de Mark Knopfler lleva sonando suavemente desde el comienzo de la escena y va subiendo. Algo está a punto de suceder... En la de Winterbottom los elementos dramáticos son los mismos (soledad, regreso de un viaje revelador, una decisión que tomar), dispuestos casi de la misma forma, la diferencia es la banda sonora. La de Knopfler invitaba a rendirse al amor, mientras que la de Michael Nyman aporta un punto de verismo descarnado, mucho más cercano a esa clase de madurez inestable en la que no se han cumplido los sueños de juventud. En los ochenta, gracias al vídeo, pude revisar muchas veces la escena de Un tipo genial y me parecia bien hecha, coherente, verosímil. Puede que sea precisamente el tiempo transcurrido lo que me haga preferir ahora la de The trip: cuando era más joven tendía a pensar que las cosas podían ser encantadoras; ahora, como Coogan, pienso que un viaje no siempre responde a nuestras preguntas, ni los acompañantes están siempre ahí para ofrecernos su sabiduría. Aun así, Coogan toma su decisión. Los tíos somos así.
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