John Green parece haber encontrado el modelo de negocio que mejor se adapta a su creatividad: escribir novelas para los jóvenes tocando temas actuales y enfrentándolos desde una perspectiva --no exenta de polémica e incomodidad-- que no arruine una buena historia y, esto es lo más importante, sorteando con talento la mayoría de tópicos y convencionalismos de un género tan delicado. Todo un mérito en estos tiempos en los que arrasan toda clase de trilogías acerca de sociedades distópicas con heroínas buenorras o extraños vampiros que se pasean a la luz del día. Puede que el punto de vista de John Green sea deliberadamente parcial o interesado, pero por lo menos hay que admitir que sus personajes viven en un mundo bastante real y se comportan como seres humanos probables. Tampoco esto quiere decir que sus historias estén protagonizadas por antihéroes --eso sería una afirmación demasiado fuerte-- pero sí por la clase de gente que suele moverse tres filas más allá de las que ocupan los seres casi perfectos que brillan en narraciones paradigmáticas del estilo High School Musical (2006, 2007, 2008). Algo hemos ganado.
Es inevitable juzgar el éxito y la expectación de Ciudades de papel (2015) sin aludir a los que cosechó en su momento su predecesora Bajo la misma estrella (2014), la inusual historia de amor adolescente que arrasó la temporada pasada; no es justo pero así funciona el mundo. Si en la segunda veíamos cómo la pareja protagonista acababa transformada en sendos seres humanos casi completos por efecto del drama inapelable, en Ciudades de papel se trata de demostrar que cualquiera puede aspirar a hacer realidad su sueño de juventud si es capaz de sacudirse los complejos y lanzarse de frente contra la corriente.
Esta vez los protagonistas son: 1) Quentin, el clásico pardillo que se porta bien en clase y no destaca por nada fuera de ella, de los que estudian y hacen los deberes, de los integrados que --a pesar de tanta socialización-- aspiran a hacerse notar por algo que no sea su buen comportamiento; y 2) Margo, la chica inteligente y progre que se resiste a aceptar cualquier convencionalismo social y huye de su estereotipo sexual (aspirar al mejor novio posible, no descuidar nunca su aspecto y ser buena amiga de sus amigas). Lectora voraz, pero también con unas ganas tremendas de vivir experiencias al límite, lo que le acarrea incomprensión y distancia con su entorno (incluido su vecinito el pardillo).
Un enigma y un viaje --dos clásicos del género-- son los recursos elegidos para completar el itinerario moral de Quentin y Margo: no sólo su proceso de maduración, también la aceptación de sus límites y la posibilidad de salir derrotados. Un reto complicado para plantear y resolver en apenas dos horas (la mayoría de títulos similares lo intentan, así que por qué no una vez más) cerrado de forma exageradamente antiformal, expresando una confianza ciega en la improvisación (especialmente si es fruto de un convencimiento interior). Un final en el que la estética y la nostalgia impiden dejar preguntas sin respuesta o sugerir el mal o la ignorancia como explicaciones posibles. Se nota que --por lo menos la película-- busca distanciarse de un tipo de películas muy concreto; pero ni los pardillos son tan conscientes de lo pasajero de los dramas de la adolescencia ni las chicas progres --siempre delgadas y de buen ver-- son tan analíticas y críticas con lo superficial que es nuestra forma de organizarnos la vida.
A pesar de los notables cambios que introduce el filme respecto al libro, el sentido global de la historia no se resiente: reivindicar la sinceridad como principal síntoma de coherencia... o al menos evitar remordimientos posteriores sabiendo que hubo un momento en que intentamos hacer realidad nuestros deseos. Ciudades de papel es un filme que se atreve a poner grises al arquetípico y plano paisaje que pintan los telefimes y demás dramas románticos y/o de superación (de los últimos que se niegan a prescindir de los tópicos). Y aunque la película resulta previsible en la mayoría de sus giros --los límites y las leyes del género adolescente son demasiado estrechos y están sobradamente explorados-- el conjunto supone un alivio a la presión insoportable que los chicos guapos y sus novias populares deben soportar por estar en lo más alto.
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