Me gusta --y mucho-- el cine de Noah Baumbach, sus historias y su estilo limitan al norte con las de su amigo --con el que ha colaborado como actor y guionista-- Wes Anderson, por su humor de baja intensidad y su predilección por situaciones cotidianas repletas de detalles extraños, curiosos y desternillantes; pero especialmente por su ritmo narrativo acelerado, sin tiempo para que el espectador pueda tomar distancia y recapitular, obviando toda fruslería. No veía un filme suyo desde Margot y la boda (2007), que me dejó una muy buena impresión, la cual se ha visto ahora exponencialmente incrementada gracias a la inteligente y divertida Mistress America (2015). En esta ocasión, Baumbach ha vuelto a formar tándem con Greta Gerwig, con la que ya trabajó en Frances Ha (2012), en el doble papel de actriz protagonista y co-guionista. Algo que sin duda contribuye a mejorar la caracterización de los dos personajes femeninos principales.
Me gustan las historias de Baumbach porque van al grano, no se demoran en rodeos estéticos ni paradojas del relato y demás circunstancias: si un personaje o escena no aportan nada a la trama se quedan fuera. Basta una anécdota para poner en marcha el filme y a partir de ahí todo consiste en desarrollar y narrar lo que sucede a continuación. Sin planos de situación (de hecho, ya no se llevan), sin escenas definitorias previas para los personajes protagonistas, sin ahondar en detalles: entrada de frente con un planteamiento claro y cuatro datos para situar al espectador, el resto se compone de causas, consecuencias e imprevistos. Habrá quienes opinen algo muy distinto sobre este tipo de cine, pero confieso que a mí parece el equivalente cinematográfico al que emplea la literatura breve contemporánea: ambientes urbanos y acomodados, protagonistas con estudios superiores y (enfermiza) tendencia a ver pasar la vida a la vez que deseosos de que algo o alguien les invite a participar, escenas con el punto justo de rareza y/o encanto (encontrar ese delicado equilibrio y saber encajarlo con un estilo es la clave, tanto en la literatura como en el cine; la delgada línea que distingue la obra maestra de la patochada)... Es un tipo de narración minimalista muy próxima a los estereotipos del cine hipster, con la ventaja de que no da la impresión de exhibirse como seña de identidad ni moda estética, simplemente un filme que se apropia de lo que necesita y le conviene de la historia, sin plantearse antecedentes ni contextos...
Además, Baumbach tiene la suficiente inteligencia (o intuición) para retratar preferentemente aquello que conoce de primera mano: en su aclamada Una historia de Brooklyn (2005) fue el divorcio de sus padres, en Mistress America le toca el turno a los espacios geográficos y tipos humanos que frecuentó en su época universitaria: rodeado de una multitud de aspirantes a escritor --en el filme ese personaje es Tracy, interpretada por Lola Kirke-- que, como él mismo en sus comienzos, buscan desesperadamente vampirizar cualquier clase de material vital para sus textos con el objetivo no declarado de dotarlos de un verismo y un dinamismo que se sienten incapaces de aportar por sí mismos (por timidez y/o inexperiencia) pero sí recrear a través de terceros. La literatura primeriza suele estar repleta de paradojas y reflexiones formales, estéticas, filosóficas. Y de paso intensas reflexiones sobre la vida y el amor también. Mientras tanto, esos autores en potencia deambulan por la ciudad en busca de un alma gemela con quien mantener conversaciones profundas (e intercambiar sexo si es posible), alguien a quien exponer sus opiniones sobre esas ideas que llevan resonando en su cabeza desde hace tanto tiempo. Hasta que aparece alguien --en el filme es Brooke, Greta Gerwig-- que dinamita su aburrido ecosistema cotidiano y les sumerge en un universo paralelo repleto de diversión, proyectos, sensaciones, placeres superficiales... Completamente caótico y sin propósito, es verdad, pero tremendamente atractivo. Estoy convencido de la mayoría podríamos poner rostro y tiempo a esa fascinación sin base ni futuro que en un momento u otro hemos sentido por alguien tan alocada y adorable como Brooke.
Mistress America explota hábilmente el lado cómico de ese microcosmos humano compuesto de universitarios que consideran la literatura --la que ellos escriben-- como el auténtico motor de su existencia, el airbag que amortigua decepciones, filtra las experiencias y afila los sentimientos. Baumbach y Gerwig se las apañan muy bien para dejar caer todo eso mientras disfrutamos de un enredo a lo screwball comedy pero sin marcar excesivamente los gags ni permitir concesiones a la anticipación, procediendo por acumulación de tipos raros y situaciones absurdamente divertidas. Y para acabarlo de adobar, la película ofrece una cuidada selección de música ochentera: Hot Chocolate, Ace of Base, Toto... pero sobre todo el Souvenir de Orchestral Manoeuvres in the Dark, que forma parte de la banda sonora de mi protoadolescencia, y que por esa razón me proporcionó un intenso chute de nostalgia.
Baumbach parece haber encontrado el tono y la clase de anécdotas que le gusta filmar, desarrollando --o aprendiendo, o tomando prestado de su amigo Anderson, vete a saber-- su propio punto de vista sobre el mundo: una inclasificable mezcla de humor, diálogos brillantes, pulso narrativo y una capacidad única para componer tipos humanos altamente verosímiles que, a la vez, exhiben un completo catálogo de defectos, obsesiones, vicios, carencias y lacras. Ójala la realidad fuera tan delicadamente creativa como el cine de Baumbach.
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