En noviembre de 2014 pensé que podía dar por casi definitivamente cerrada la carpeta Truffaut, pero me equivocaba: este año se cumplen cincuenta de la publicación de la primera edición de la entrevista que François Truffaut le hizo a Alfred Hitchcock. Un exhaustivo repaso a la filmografía de este último que se prolongó durante 64 horas (divididas en ocho sesiones) y que acabó incluyendo secretos, trucos, teorías, propuestas y desparrames sobre el oficio de cineasta. Tan fructífero resultó para ambos que desde entonces mantuvieron una larga relación de amistad que incluyó el intercambio de cartas, de guiones, ideas, encuentros en festivales y visitas en rodajes. Aprovechaban para ponerse al día sobre sus filmografías, pero también para seguir reflexionando sobre el oficio. Truffaut fue ampliando su hitchbook durante años: las sucesivas ediciones del libro --un éxito desde el primer momento-- se alimentaron con dos encuentros más (el primero en 1972 en Cannes, y el segundo en Los Angeles en 1976, en el mismo estudio donde comenzaron a conversar hacía 14 años), convertidos en sendos epílogos que repasaban las películas más recientes del maestro. Hasta que en 1983 --un año antes de la muerte de Truffaut y tres desde la de Hitchcock-- apareció la edición definitiva, la que se ha convertido, por mérito y tesón de su autor, en un texto imprescindible con el que iniciarse en el extraño mundo de los libros de cine (esos que se empeñan en describir con palabras las imágenes en movimiento).
En 1962 Truffaut era un reputado crítico cinematográfico y un director debutante que con sus textos había comenzado a modificar --desde mediados de los cincuenta-- la forma en que el público percibía el cine de Hollywood: no eran simples películas de entretenimiento (que lo eran), sino que también revelaban los signos de una autoría, recurrencias temáticas, antes de estilo... Fue el primero en considerar a los directores de cine como artistas de pleno derecho, rodeados del mismo prestigio que un escritor o un músico; creadores en definitiva. En ese contexto, el cine de Hitchcock destacaba por su originalidad y su capacidad para provocar reacciones entre el público, pero también carente de sustancia; a nadie se le ocurría ver en sus argumentos dramas universales o experiencias personales. Truffaut logró iniciar un cambio en nuestro punto de vista, tanto entre expertos como en aficionados, de manera que todavía hoy se valora el cine clásico estadounidense (1917-1960) como una corriente estética en la historia del cine, y no como el resultado de un modo de producción industrial. Cuando Truffaut dio el salto a la dirección cinematográfica, su propio estilo --basado en la figura del director que filma sus propios guiones-- supuso la consolidación de una nueva manera de dirigir cine, una actividad artística y personal que, paradójicamente, acabaría eclipsando definitivamente el modelo de Hollywood que tanto admiraba.
Ahora han pasado cincuenta años y el tributo a estos dos pioneros no puede ser escrito sino en imágenes: Kent Jones (director del festival de Nueva York), con la colaboración de Serge Toubiana (estudioso de la obra de Truffaut), ha sintetizado en el documental Hitchcock/Truffaut (2015) las claves del cine de Hitchcock que la entrevista de Truffaut ayudó a desvelar, y de paso nos enseño a valorar: sus profundos conocimientos acerca de la psicología del espectador, los recursos técnicos y fotográficos que empleaba para conmoverle o sacudirle, sus constantes argumentales, sus teorías sobre la imagen... Y por supuesto los momentos cenitales de su filmografía, auténticos iconos de la civilización occidental: desde la película que más cerca estuvo de la perfección narrativa y formal --La ventana indiscreta (1954)--, su inadvertido testamento poético --Vértigo (1958)--, para culminar en esa obra fundamental sin la cual no se puede entender el cine posterior, Psicosis (1962). Jones, eso sí, pasa de puntillas por las obsesiones que le llevaron a cometer errores, excesos y a arruinar películas enteras; la cara oculta del genio no asoma en este luminoso homenaje del gremio con aportaciones de pesos pesados del estilo de Martin Scorsese, Wes Anderson, Richard Linklater, Paul Schrader, Peter Bogdanovich, David Fincher u Olivier Assayas. Quizá se echa de menos el testimonio de alguna directora --bien observado por Violeta Kovacsics, copresentadora del prestreno junto con Juan Antonio Bayona--, así como el de algunas jóvenes promesas que revelen los hilos rojos de la influencia de ambos maestros.
Otras cosas que no he encontrado en el documental (y que sí disfruté en el libro): la demoledora y definitiva crítica de Truffaut a los últimos filmes del británico (la admiración que sentía por él no empañó su capacidad de juicio), una argumentada crítica técnica y artística que no impidió que aun así surgieran sesudos pedantes que se empeñaran en demostrar su calidad a toda costa, convirtiendo esa labor casi en su seña de identidad, en una pose enrocada entre el malditismo y la incomprensión que revela más de quien la proclama que de las películas. Por otra parte, apenas se detiene en los momentos que revelan la influencia de Hitchcock en la filmografía del francés: un buen epílogo podría haber buceado en el uso que hace Truffaut de determinados recursos de estilo aprendidos del maestro del suspense en su última película, Vivamente el domingo (1983).
A mí me sucedió lo mismo que a David Fincher: me harté de ver el lomo de ese libro en la biblioteca de mi padre y acabé leyéndolo porque me empezaba a interesar el cine, y mi padre no tenía muchos libros sobre este tema (aunque le gustaban mucho las películas de Hitchcock). Lo leí de un tirón (al ser una conversación el estilo es mucho más ameno que si se tratara de un ensayo), y además aprendí muchas claves (entonces me parecieron secretos) sobre la trastienda del cine: la preparación del guión y sus múltiples versiones, los retos durante el rodaje, los cambios (forzados o no) en la mesa de montaje... A partir de entonces ya nunca he podido ver una película sin plantearme todas esas cuestiones. Ahí terminó para mí esa primera etapa de acercamiento al cine, marcada por el principio del placer y el entretenimiento, y comenzó la segunda (y probablemente la última), caracterizada por la comparación, el análisis y el disfrute argumentado. Cuando se pierde esa inocencia el cine deja de ser algo instintivo y sensual para convertirse en algo más racional, una experiencia probablemente ligada a nuestro propio proceso de maduración como personas.
No sé si el documental hará que los estudiantes de cine y/o las generaciones de jóvenes espectadores que desean traspasar la barrera del principio del placer y del entretenimiento acaben por leer el libro. Eso sería lo ideal, pero me conformo con que esta apropiada síntesis de la obra de Hitchcock en versión Jones/Toubiana sirva para que empiecen a ver películas disfrutando y analizando a la vez. El síntoma inequívoco de que un proceso irreversible ha empezado a tener lugar...
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