lunes, 4 de abril de 2016

Entre las flores, muerte (Loreak (Flores))

Jon Garaño y José Mari Goenaga, después de diversas colaboraciones en cortometrajes y documentales, se han lanzado al largometraje de ficción y, junto con Aitor Arregi en el guión, han logrado un más que meritorio debut con Loreak (Flores) (2014).

Por desgracia, a pesar de su indudable mérito argumental, en ella encontramos todos los malditos tics de dirección actoral y posicionamiento de cámara que distinguen al cine español: previsible en cuanto a planificación, desarrollo dramático y la forma de hacer avanzar el argumento, colocando la cámara en el lugar más cómodo y que menos esfuerzo suponga (llegadas en coche cuidadosamente encuadradas para no tener que mover la cámara, revelaciones imprevistas educadamente demoradas hasta que las bebidas están en la mesa). Elementos que, con una eficacia pasmosa, en cuestión de minutos, depositan al espectador en la mismísima antesala del aburrimiento. Un estilo demasiado televisivo y cómodo del que quizá se abusa porque la obsesión es no contaminar la historia con inventos formales.

Loreak (Flores) no es una excepción en el abuso de estos recursos gastados, pero eso no quiere decir que sea una mala película; lo importante es que el filme de Garaño y Goenaga logra salir ileso gracias al guión, bien desplegado y desarrollado en pantalla, justificando plenamente el ritmo pausado de la narración. Gracias a eso, los defectos formales quedan en segundo plano y, más o menos a mitad de la historia, el espectador queda seducido por un argumento tan poco probable como verosímilmente contado. Y así, aprovechando el crédito obtenido por los aciertos del principio, los lugares comunes en la resolución de la historia no logran que el balance final sea negativo. Por lo que a mí respecta no llegué a franquear la fatídica antesala.



No estoy descontento con el balance final del filme, al contrario, pero desde luego mi impresión final habría sido mucho más entusiasta si sus directores hubieran sido más audaces a la hora de presentar el desenlace. Loreak (Flores) consigue mantenerse a flote gracias a un buen equilibrio entre lo posible y lo poco probable: realmente un anónimo ramo de flores podría desencadenar, llegado el caso, un increíble efecto mariposa de alcance imprevisto.

En definitiva, una historia original que hará que su siguiente película sea esperada y, probablemente, juzgada con más exigencia, a la espera de que esta vez la puesta en escena incorpore más sorpresas o arriesgue más. Puede que se trate de una indeseable consecuencia de la estandarizada y pulcra formación de las escuelas de cine, donde no parece haber más que dos opciones: o la corrección narrativa a todos los niveles o dinamitarlo todo (incluida cualquier posibilidad de comunicación o empatía) en argumentos que obligatoriamente deben estar a la altura de la experimentación formal que exhiben. Este último no es el caso de Loreak (Flores), aunque tampoco ha conseguido escapar de esa presión institucional y estandarizadora.


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