jueves, 26 de marzo de 2020

El cubo vasco (El hoyo)

Debut en el largometraje para Galder Gaztelu-Urrutia (hasta ahora más centrado en labores de producción), con guión de dos claros talentos aún por consolidar (David Desola y Pedro Rivero), El hoyo (2019) contiene muchas y buenas ideas que --como suele ser habitual en estos primeros lances-- necesitan perfilarse y encontrar su acomodo en un estilo cinematográfico que suele ser bastante deudor de lo comercial y lo efectista (es muy importante hacerse notar en estos comienzos). Ahora bien, debo decir que --en mi opinión-- el efecto global del filme queda diluido por sus evidentes paralelismos con Cube (1997), un verdadero clásico del género fantadistópico cuya influencia se evidencia con este nuevo estreno, no sólo en cuanto a ambientación/localización (espacio cerrado, correccional de ingreso voluntario con un extraño trasfondo de experimento social y, a pesar de eso, vigilancia, castigo, violencia, ley de la jungla...), sino también por el desarrollo y la culminación del argumento. Por culpa de esa correlación, auguro un descenso medio de tres puntos en la valoración de quienes hayan visto el filme de Vincenzo Natali.



Con todo, hay claras diferencias: mientras Cube no deja de ser un juego en el que hay de descifrar un código, El hoyo es una parábola política bien planteada, pero rodada sin reparar en algunos detalles secundarios que le otorgarían ese aura definitiva de filme claustrofóbico y distópico. La película se desarrolla íntegramente en una especie de correccional-prisión en forma de torre cuadrada donde en cada nivel hay dos reclusos; por el hueco central desciende diariamente (de una forma que desafía a toda la física clásica) una mesa repleta de exquisitas viandas, y en cada parada los reclusos pueden comer lo que se les antoja durante el tiempo adjudicado... La metáfora es clara y contundente: los de arriba (los primeros niveles) se atiborran de comida, pero a los de abajo no les llega literalmente nada, y su alternativa es sobrevivir prácticamente como bestias. Para completar el juego y dinamizar la historia, cada 30 días los reclusos son narcotizados y cambiados de nivel sin criterio aparente (y los muertos reemplazados). Y aunque en toda esta disposición de elementos es fácil superponer una alegoría social, a medida que se van perfilando los personajes protagonistas y sus objetivos, el aplomo de los primeros minutos (y la promesa de ciertas implicaciones) se diluye en escenas raras o metidas con calzador. Además, la dureza de ciertas imágenes queda rebajada por culpa de la nefasta dicción de los actores, a los que cuesta entender con esa manía/técnica/cliché de susurrar en los momentos trascendentes. Y como remate, un final demasiado pillado por los pelos que no sirve para remontar la impresión global del filme, quizá hubiera funcionado con algo inesperado, descarnado, aplastante, pero no tan desconectado de la historia como lo que propone en la práctica. El torpedo crítico queda bien claro, pero está deslavazado y es visualmente poco impactante.

En definitiva, una muy buena idea sobre el papel pero desarrollada a base de mínimos argumentales, salteada de aciertos parciales pero sin acabar de perfilar personajes y ambientación. Una lástima que el conjunto no haya cuajado...


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