miércoles, 13 de octubre de 2021

Lo banal irreal (Annette)

Antes que nada debo confesar que he roto una promesa, la de no volver a ver un filme de Leos Carax. Tras la decepcionantísima experiencia que supuso Holy motors, me doy cuenta de que este hombre vive inexplicablemente del prestigio de un filme muy, muy lejano --Los amantes del Pont-Neuf (1991)-- y que ya va siendo hora de admitir que todo fue un suflé. Aun así, puestos a romper una promesa, de entrada, me alegro de que Carax no haya escrito el guión de Annette (2021), ya que eso seguramente implicará un argumento con una intencionalidad comunicativa más explícita de la que se suele gastar el cineasta francés. Ya es algo.

En primer lugar, hay que advertir que Annette es un musical que se vuelca descaradamente en la intensidad formal y en la reacción que ésta debería provocar en el público; por eso todas las escenas acumulan y exhiben un gran trabajo de producción (decorados, fotografía, composición del plano, movimientos de cámara y de actores, coreografías...) que eclipsa sin apenas esfuerzo al argumento. Y lo consigue porque el guión es flojo, algo visto mil veces en la pantalla: relaciones trágicas entre fuertes personalidades que se sabe cómo acabarán y de paso nos colarán una lección moral, paradójica y dramática sobre la vida y el amor también. Escrita y musicalizada por Ron y Russell Mel (los componentes del veterano grupo Sparks) y protagonizada por dos intérpretes de primera (Adam Driver y Marion Cotillard), esta vez Carax tenía más posibilidades que nunca de llegar a audiencias mayoritarias. Y lo cierto es que el arranque es muy prometedor, con un número musical en plano continuo que se presenta como una especie de desvío desde la realidad al mundo inventado que propondrá la película (que establece sus propias reglas a medida que se despliega, empezando por el personaje de Annette). Pero enseguida la historia pierde interés; sólo queda la incógnita o la sorpresa por ver cómo resolverá Carax cada situación, en asistir a sus --a veces estériles-- esfuerzos para levantar una escena que contenga algo parecido a una lectura socialmente rompedora o polémica (lo logra únicamente en los monólogos de Driver), sabedor de que eso es lo que buscan sus rendidos exégetas y fans, el auténtico y casi único fundamento de su fama.


Cada plano de Annette revela el ardiente deseo de su director por mostrarse como artista, de visibilizar un estilo propio y reconocible, una instancia capaz de incrementar el valor de un guión que no es otra cosa que una sucesión de momentos para quemar antes del anticipable final. Los números musicales, los bailes, los monólogos, los diálogos... sin duda todo esto distrae y hace más ligero el trance, pero sin perder de vista al ostentoso titiritero que hay detrás. La segunda mitad de la película es altamente previsible, y ciertamente el camino elegido por Carax para desarrollarlo no la hace más llevadera.

Y la cosa es que Driver no canta demasiado bien pero sigue demostrando a todos que es un gran actor, Cotillard se mueve con naturalidad en un género que no parece su favorito, pero quien de verdad se lleva el gato al agua sobre la bocina es la versión de carne y hueso de Annette (interpretada por Devyn McDowell) capaz de robarle al mismísimo Driver --cuya imponente presencia ha eclipsado hasta ese momento al resto del reparto-- el clímax de la película. Al menos este previsible final deja buen sabor de boca a una película aburrida...

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