Es difícil que el segundo largometraje de Elena Martín deje indiferente a quienes lo vean: no solamente por su estilo directo y su descripción crítica de un mundo patriarcalizado, sino por la valentía al mostrar ciertas situaciones que los hombres de mi generación --y bastantes de las que han llegado después-- no sólo reconocemos de primera mano, sino que hemos comprendido su significado e implicaciones con décadas de retraso, y sólo gracias a una modificación desde fuera de nuestro marco mental de relaciones entre géneros (del que no hemos querido ni enterarnos que era profundamente injusto, desequilibrado y repleto de dobles raseros). En corto y claro: bastantes veces, durante buena parte de nuestra vida, nuestros actos, palabras y actitudes, han sido parte del problema. En mi caso, el cortometraje de la misma directora --Suc de sindría (2019)-- logró desplazar mi centro de gravedad conductual y ampliar el foco en temas como las tremendas secuelas de una violación, su complicada digestión para la víctima y sus seres cercanos, y los posibles abordajes desde el acompañamiento. Siento que Creatura (2023) enlaza y amplía el ámbito sociológico con esa obra anterior en lo que se refiere al desconocimiento general del punto de vista femenino sobre el mundo que exhibimos los hombres.
Y sin embargo, no es ese el vértice argumental de la película, sino más bien escarbar en el iceberg oculto de la afectividad y el deseo femeninos: emotividad, atracción, bloqueos (auto)impuestos y/o provocados normalmente por la parte masculina de la humanidad. Un objetivo ciertamente ambicioso y abstracto que la película concreta en la biografía de Mila, una mujer que rebusca en su adolescencia y en su niñez respuestas al estado actual de sus deseos contradictorios (a veces inexplicables hasta para ella misma). ¿Por qué de pronto no quiere follar con su pareja? ¿Por qué le cuesta un esfuerzo mantenerla a su lado? ¿Por qué brotan de pronto otros apetitos al margen de las convenciones sociales? ¿Y por qué todo ello parece estar relacionado con una reacción cutánea que padece desde niña? La película nos sirve para acompañar a Mila en esa inmersión (metafórica y literal, como comprenderemos más adelante) para saber quién es realmente, qué le sucede y dónde se localiza el origen de su desajuste.
Creatura no se presenta a sí misma como una teoría universal, ni siquiera como un manual recomendable para uso escolar; es simplemente la exposición de un caso individual, quizá un esquema sobre el que extender y encajar otros más complejos. Lo importante es que la historia funciona como un posicionamiento. El hecho de que la propia Elena Martín la protagonice refuerza esa idea, pero sobre todo su interpretación física y desacomplejada hace pensar que algo tiene de testimonio y catarsis personal. Entre estos dos extremos se mueve la historia de Mila: sugiriendo causas, peligros y fracasos que deberían servir para ella o para muchas otras mujeres, quienes podrían verse reflejadas en determinadas situaciones y tiempos. Es un esquema simple pero eficaz, muy signo de los tiempos ideológicos que corren, que tiene la virtud de no decantarse por el dramatismo sentimental, la abstracción simbólica, la reivindicación mítica o ese realismo mágico tan caro a esta generación de cineastas milenials.
El fragmento de la Mila adolescente --interpretada por una prometedora Clàudia Malagelada-- es el que contiene la denuncia más potente del filme: la contradicción irresoluble a la que se enfrentan todas las chicas, obligadas a disfrutar de su sexualidad sin complejos pero sin dejar de parecer buenas niñas, sin dar motivo a habladurías por su promiscuidad. Luego, las que se pliegan a las presiones de los chicos (pajas, mamadas, penetración) ya no se quitarán de encima la etiqueta de guarras o facilonas, esas a las que uno puede coaccionar hasta conseguir lo que quiere. Estas chicas han vivido (y viven aún) una esquizofrenia social absoluta entre el ambiente familiar y el de su grupo de edad, en la que, por si esto no fuera suficiente, el aterrizaje en los noventa del MSN Messenger vino a complicar las cosas bastante más.
En cambio, los hitos que completa Mila en su camino hacia el conocimiento de su situación resultan bastante reduccionistas desde el punto de vista narrativo (imagino que para que puedan ser mostrados mediante imágenes, sin diálogo, lo suficientemente alegóricas). Se deduce enseguida que la cosa no irá por el lado de los traumas violentos ni las enfermedades que acaban reconciliando a las partes en conflicto, pero queremos llegar al fondo y saber las causas materiales. Y entonces se abre el tercer hilo argumental (la infancia de Mila), donde se aporta una explicación, tan ingenua como inequívoca para la película, y resulta que los resultados llegan de forma rápida y rauda, sin apenas obstáculos o inconvenientes. A partir de esa revelación, devuelta la historia al presente, y tras una catarsis en la que Mila reconstruye su red de apoyo femenina (su madre básicamente), todas las piezas de su vida encajan en una sinfonía de bienestar. Y ya está, apenas queda tiempo para digerir el final, el más probable que se podía anticipar, el que sin duda reconfortará a las audiencias convencidas de antemano. Voy a ser tan rotundo como sincero en mi valoración final: Creatura me pareció antes que nada una reversión exagerada del drama hitchcockiano Marnie, la ladrona (1964), aderezada con una carga más potente y coherente de teoría freudiana, pero sin preocuparse demasiado por sus efectos sobre el relato.
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