Shyamalan ha consolidado su prestigio de cineasta solvente en la industria y ya puede permitirse el lujo de rodar historias con sus temas y obsesiones personales. Esto no quiere decir que sus anteriores películas tengan que ser vistas como intentos fallidos o coartados por terceros de sus auténticas aspiraciones artísticas, ni como anticipaciones subliminales de lo que ahora ha llegado con La joven del agua (2006). Todos esos chamanes cinematográficos pueden desgastarse tratando de encontrar paralelismos y coherencias temáticas en personajes, escenas o momentos de su filmografía anterior para que el resultado sea justamente lo que ellos han dictaminado de antemano, que eso no aportará ni quitará nada al placer que produce ver el cine de Shyamalan. En ese sentido su labor es una pérdida de tiempo. En lugar de esa búsqueda inútil de la trascendencia significativa basta decir que el momento de Shyamalan ha llegado, igual que le llegó a Almodóvar en su día y decidió tirar por el género que más le gustaba, el drama total y exagerado. A algunos que disfrutaron con esas primeras comedias petardas del manchego y luego les defraudó el giro temático posterior les pasó lo mismo que a los fans iniciales de Shyamalan ahora: puede que no les guste el tono lírico que adquieren sus películas, pero esto es lo que hay. Lo importante es que el nivel de buen cine se mantenga.
Lo mejor de La joven del agua es la sorpresa que provoca su resistencia al encasillamiento: de entrada parece un cuento fantástico que estará salpicado de pequeños sobresaltos marca de la casa, pero en el segundo tercio de película se ve claro que no va a ser así. El mundo fantástico se apodera del espectador igual que lo va haciendo de los protagonistas, aunque Shyamalan se preocupa de que los puentes con la realidad permanezcan tendidos constantemente, y para ello emplea sin dudarlo el humor y la parodia. De esta forma uno no se encuentra ante el típico cuento con moraleja que pretende redescubrir la magia que llevamos dentro, apostar por la bondad del ser humano y bla, bla, bla... El mejor ejemplo de esa lucidez narrativa y argumental es sin duda el personaje del crítico de cine, mientras que el papel del escritor que interpreta el propio Shyamalan representa el lado emocional del cineasta, ese hacia el que quiere que tienda su cine. Entre ambos se abre toda una galería de seres muy bien retratados y zarandeados por Cleveland (un Paul Giamatti espléndido) entre su deseo de creer y un escepticismo pragmático que les impide entregarse sin trabas a la fantasía.
Shyamalan desmonta también cualquier impresión primera cuando descubre todas las claves del argumento en el prólogo animado: no se va a tratar de una historia en la que éstas se nos irán desvelando a base de descubrimientos inesperados o revelaciones súbitas; al contrario, iremos comprobando que en este sentido no hay datos ocultos y que toda la información está sobre la pantalla desde un principio. El interés reside esta vez en descubrir quién será quién en esta historia que se nos ha adelantado, y cuyos detalles son revelados oportunamente y sin manipulación. Para rematar el edificio están todos esos planos, encuadres y movimientos de cámara que me recuerdan muchísimo al Hitchcock más clásico: cuando Cleveland intenta descubrir de qué va el libro del escritor sin despertar demasiadas sospechas; ciertos planos cenitales en las conversaciones entre Cleveland, el escritor y Story (Bryce Dallas Howard) en la ducha; pero sobre todo esa manera única que tiene Shyamalan de encuadrar haciendo que el espectador intuya inmediatamente que hay algo en la pantalla que nos va a estremecer o que un objeto que llevamos contemplado un rato de pronto va a adquirir un protagonismo inesperado. Hay que admitir que La joven del agua hace que mi interés por M. Night Shyamalan se prolongue durante una película más.
2 comentarios:
Me gustaría resaltar mi completo acuerdo con el crítico sobre todo en lo referente a que los cines se infestan de estos "chamanes cinematográficos" de tres al cuarto que se desgastan (y nos desgastan) vertiendo sus estentóreas opiniones "para que el resultado sea justamente lo que ellos han dictaminado de antemano". Estos adivinos de medio pelo son a la crítica cinematográfica lo que los 4x4 a la flota automovilística: los más ruidosos y los que más contaminan.
Pueblerino universal, no podía ser otro el que tan hábilmente mezclara crítica cinematográfica con 4x4... Brutal.
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