A juzgar por el artesano trabajo de la protagonista (aliviar al personal en un sex shop) uno diría que sí, que la mano que usas sí importa. A juzgar por el desarrollo y el final de Irina Palm (2006) hay que reconocer que el punto de vista --como el tamaño-- también importa.
Si esto es así ¿acaso hay un sexo de izquierdas? Pues sí; es ese que reivindica un placer desligado de todo vínculo afectivo y social, que apuesta por una sexualidad múltiple y abierta a todas las orientaciones, y que sufre un considerable desprestigio debido --dicen sus defensores, no sus practicantes, que se limitan a practicarlo-- a la represión ejercida por la moral burguesa. Normalmente este punto de vista omite o maquilla el hecho de que esas prácticas "liberadas y auténticas" se dan en ambientes y/o entre personas con alguna incompletitud severa o altamente rara. Igual que nunca admite que la socialización tradicional no implica de forma mayoritaria una práctica sexual multiactiva (así que no la descartemos tan rápido). Shortbus (2006) sería uno de los más recientes representantes cinematográficos de sexo izquierdoso.
¿Y el sexo de derechas? En este caso sucede que después de utilizar la sexualidad de pago y los seres que la suministran como arma dramática para escandalizar o hacerse el moderno, resulta que al final uno aprende a... enamorarse de su chulo, y descubre que esas personas también tienen su corazoncito a pesar del oficio que practican. El conservadurismo sexual siempre muestra a las trabajadoras del sexo llevando una vida normal en todo, excepto en su oficio (que es coyuntural y no deseado, por supuesto). Nunca hay problemas de drogas, ni de malos tratos, ni de violencia; se asume que existen, pero nunca formando parte de las vidas de los protagonistas de la historia. Irina Palm es un ejemplo perfecto de sexo derechoso.
El arranque de Irina Palm es una versión almodovariana de El zoo d'en Pitus (1966) --un clásico de la literatura juvenil en Cataluña-- que hace concebir esperanzas de pasar un buen rato: para pagar el costoso viaje a Australia de su nieto, víctima de una terrible enfermedad, una abuela decide ganar un dinero fácil y rápido masturbando a hombres en un curioso artilugio de origen japonés semejante a una tragaperras. Si no fuera por la plúmbea y omnipresente banda sonora --machacante hasta en el trailer-- y por el detalle de que nunca queda de lado el drama del nieto podría uno reír sin miedo. Pero su objetivo es muy diferente: pretende aleccionar y poner al descubierto nuestros prejuicios hacia ciertas actividades relacionadas con el sexo, establecer contrastes entre la moral pacata y provinciana del entorno social de la abuela y el absurdo ataque de integrismo moral que le coge a su hijo cuando descubre el pastel. La cosa es que ni como drama ni como comedia Irina Palm es capaz de despegar.
Está claro que no es un tema fácil, pero tampoco mejora el conjunto semejante acumulación de tópicos y arquetipos: la prostituta amable, el chulo sensible, la nuera malcarada y sin embargo comprensiva, el pobrecito nieto, las vecinas cacatúas... Todo para construir un filme raro que apenas levanta una carcajada y desde luego no conmueve. Lo único destacable: la interpretación de Marianne Faithfull. Aunque si no eres un ultrafan suyo mejor no vayas a verla.
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