domingo, 28 de agosto de 2011

Los estragos del tiempo y otros aciertos formales (Encuentros en la Tercera Fase)

Steven Spielberg es un cineasta de obsesiones, la mayoría pasajeras, especialmente durante los inicios de su carrera cinematográfica, cuando escribía él mismo sus guiones o estaba más involucrado en su elaboración. Ese es el caso de Encuentros en la Tercera Fase (1977), que supuso (eso lo sabemos ahora, entonces estábámos demasiado fascinados con el tema extraterrestre) la consolidación de una manera de narrar --hoy extendida e imitada en infinidad de filmes-- ciertos temas hasta el límite de lo verosímil, sin entrar en contradicción con el énfasis que necesita todo cine de la emoción y la tensión. Todos los tics característicos del estilo de Spielberg están presentes en esta película: la cámara que retrocede, adelantándose al recorrido previsto del actor, para descubrir al espectador, sin necesidad de cambio de plano, aquello que mira atemorizado o sorprendido; el desplazamiento lateral de la cámara --de forma rutinaria y no especialmente enfatizada-- en el que de pronto aparece algo amenazador, y que supone un elemento de tensión desconocida por los personajes. También el uso del plano/contraplano en el sentido hitchcockiano: alternando la mirada del actor con el objeto mirado para incrementar la tensión. Y finalmente un recurso argumental que explotará hasta la saciedad, siempre con excelentes resultados: canalizar ciertos terrores nocturnos infantiles a través de los juguetes o una inefable conexión con lo desconocido (o con aquello que a los adultos se les escapa por no ser suficientemente ingenuos), como más tarde haría en E. T. (1982), Poltergeist (1982), El imperio del Sol (1987) o Hook. El capitán Garfio (1991).

Aun así, Encuentros en la Tercera Fase es una película que ha envejecido mal porque su tema también lo ha hecho. Ya nadie se toma en serio supuestos avistamientos ni muestra interés por seres de otras galaxias, nos visiten o no. Fue una moda que ya pasó y se ha convertido en el motor de arranque para argumentos del género fantástico, de terror o incluso para la comedia. No obstante, en el momento de su estreno, fuimos a verla poseídos por una especie de fascinación hipnótica, como si el filme contuviera las respuestas a una serie de preguntas que flotaban en el ambiente de aquellos años. Tras numerosos precedentes fílmicos no culminados, existía un ansia irrefrenable de ver a los extraterrestres en la pantalla, sin nieblas u otros objetos interpuestos; y el público pensó que una nueva generación de cineastas y los avances en efectos especiales --al contrario que en los cuentos de Lovecraft-- no se atrevería a seguir escamoteando un momento así. Lo pensamos no porque lo supiéramos de antemano, sino porque un cine eficaz y de temática popular como el de Spielberg lo daba a entender.



En el siglo pasado, los extraterrestres estaban de moda a finales de los setenta, igual que lo estarían los dinosaurios a principios de los noventa. Curiosamente fue Spielberg quien catapultó ambos fenómenos hasta la paranoia sociológica con sendos filmes (en el segundo caso incluyendo un modelo de negocio basado en la mercadotecnia que creó escuela en Hollywood). Lo sorprendente es la capacidad de Spielberg para desentenderse de las consecuencias extracinematográficas y artísticas de sus películas más comerciales y dar el salto a otros proyectos que no tienen nada que ver con lo anterior. Tras Encuentros en la Tercera Fase, remachó el clavo con E.T., el filme que mejor expresa su idea del cine: historias narradas desde el punto de vista infantil, con la combinación perfecta de conocimiento más allá de la capacidad adulta y una tendencia natural a la fantasía propia de la edad. Usó este mismo esquema en El imperio del Sol, pero esta vez adaptando el texto autobiográfico de J. G. Ballard. Después de E.T. los extraterrestres quedaron confinados en la reserva de la ciencia ficción, atrapados en el binomio tensión/bicho-raro, presentados mediante incrementos exponenciales en la cantidad y el realismo de los efectos especiales. Con Parque Jurásico (1993) pasó prácticamente lo mismo, con la diferencia de que la dinosauriomanía se contagió al documental televisivo, los libros, los juguetes y los videojuegos (y ahí siguen). Eso sin contar con el salto cualitativo que supuso la incorporación de efectos digitales para recrear a los dinosaurios: al año siguiente, Forrest Gump (1994) demostró el uso creativo que podía hacerse de lo digital en historias no ambientadas en mundos fantásticos. El rodaje de Parque Jurásico, además, estableció una forma cada vez más habitual de rodar: los actores por un lado (en la actualidad sustituyendo los exteriores y/o los decorados por el croma) y las criaturas por otro. La clásica mesa de montaje ha cedido el paso a un cluster de servidores que combinan las escenas rodadas por separado, recreando mundos espectaculares que parecen no conocer límite.

El primer problema de Encuentros en la Tercera Fase es que desarrolla un guión sin prácticamente base argumental: por un lado, un misterioso grupo (más adelante nos enteramos de quiénes son) recorre el mundo para estudiar determinados fenómenos inexplicables (aviones de combate que aparecen tras medio siglo desaparecidos, visiones colectivas, extrañas cadencias sonoras...); por otro, una serie de personas en EE UU, son testigos directos de la presencia de objetos volantes no identificados, sufriendo una inexplicable obsesión por llegar a un lugar que desconocen, donde intuyen que se producirá un suceso único e increíble... Dejando de lado la mínima tensión cuyas causas reales la narración omite deliberadamente, la parte que mejor aguanta el paso del tiempo son los avistamientos del primer tercio, especialmente el incidente en el paso a nivel, donde Spielberg demuestra sus dotes en el manejo del suspense (luces que parecen de coches pero no lo son...). El resto, hasta culminar en la larguísima y --a ratos-- absurda escena final, alterna momentos de auténtico pánico (el niño en la casa de campo) con otros absolutamente anodinos y risibles. Un argumento mal resuelto en las antípodas de Capricornio uno (1978), un filme --igual de populista que el de Spielberg-- que especula acerca de un supuesto fraude en la llegada del ser humano a Marte. Por otro lado, el filme demuestra lo consolidados que estaban entonces algunos elementos argumentales del estilo spielbergiano: localización de la historia en urbanizaciones, familia protagonista (con figura parterna ausente o prácticamente inexistente) que roza la desestructuración, esbozo de la criatura que se convertirá más tarde en E.T., protagonista femenina desbordada y al borde del colapso en su doble papel de madre y trabajadora... Situaciones que se acaban convirtiendo en clichés en las que aun así las obsesiones del cineasta fluyen con facilidad.

La presencia de Truffaut en el reparto, interpretando a un experto ufólogo supuso para mí --dada la admiración que siento por él-- una nota de credibilidad, como si el hecho de haber aceptado trabajar en la película fuera una garantía de su calidad (¡qué ingenuo!). El personaje de Truffaut aporta el contrapunto científico en una carrera contrarreloj entre expertos, militares y gente de la calle (Richard Dreyfuss) por ser lo primeros en comprender la naturaleza de tan extraños fenómenos. Ese es prácticamente el único interés de toda la segunda mitad del filme: saber dónde se producirá y qué sucederá en el encuentro cara a cara. Unas expectativas totalmente defraudadas al final, en una excesivamente larga, reiterativa, ingenua y lacrimógena escena que provoca que se diluya la emoción inicial. Las diversas respuestas que ofrece a los interrogantes más populares de la ufología (avistamientos, desapariciones, el aspecto de los alienígenas) resultan hoy absurdas, provocando distanciamiento (cuando no risa involuntaria), debido al tratamiento exageradamente tracendental que le otorga el filme. No era por casualidad que los grandes títulos de los cincuenta y los sesenta evitaran cuidadosamente mostrar a las criaturas extraterrestres. En estos clásicos, el suspense suplía con creces la falta de respuestas y de certezas visuales. Invertir esta ecuación fue el mayor error de Spielberg.

La película culmina con ese ansiado contacto en Tercera Fase (que significaba cara a cara) que, en la práctica, se limita a un intercambio de rehenes para investigaciones mutuas. Y poco más, porque poco más se puede aportar a un tema así. Encuentros en la Tercera Fase fue un éxito de taquilla en su momento, porque Spielberg supo proporcionar al público la visión espectacular de un debate --la existencia de seres de otros planetas que visitaban el nuestro-- que estaba de moda. Adolescentes como yo y demás público adulto la fuimos a ver conteniendo la respiración, esperando resultados y un tratamiento visual espectaculares. En lo segundo salimos convencidos, y de lo primero quizá entonces también; sin embargo una segunda revisión décadas más tarde pone en evidencia las graves carencias del guión.



Aun así, estoy convencido de que la devaluación de este nuevo clásico se debe a todo el cine posterior que hemos visto: muy pronto algunos productos del mismo género superaron con creces el reto original de Spielberg: para empezar, Alien (1979) --tan sólo dos años más tarde-- dio en el clavo al reunir un reparto de lujo, la misma tensión por un bicho que apenas vemos (como en los productos de serie B) y un tratamiento visual y de montaje intemporales. El éxito de esta combinación dio lugar a todo tipo de secuelas combinando los mismos ejes con diferentes grados de mérito: Atmósfera cero (1981) se centró en la tensión; Depredador (1987) en la presencia de un bicho inquietante y escurridizo; Terminator (1984) en una buena mezcla de ambos. Finalmente, Cocoon (1985) --un filme protagonizado por ancianos (uno se llevó el Oscar), impensable hoy día con los estrictos criterios de juventud y belleza que exige el género-- y la secuela más esperada de los últimas dos décadas --2010: Odisea dos (1984)-- apostaron por el eje trascendental. En los noventa, los extraterrestres fueron desplazados por los dinosaurios y demás criaturas terráqueas, y éstos, a su vez, por los superhéroes. Y ahí estamos...


http://sesiondiscontinua.blogspot.com/2011/08/los-estragos-del-tiempo-y-otros.html

2 comentarios:

babel dijo...

Muy buen análisis, José Ángel, y la mar de oportuno, ahora que toda la blogosfera anda liada con el refrito spilgberiano recientemente estrenado. La espectacularidad de los 80, de la que Spielberg y Lucas fueron artífices en su mayor parte, ya ha sido superada, como bien dices. Ahora se trata de recuperar la gallina de los huevos de oro (Super 8), pero claro, el otro lado, el del guión, ese sigue permaneciendo en el lado oscuro: generalmente una base argumental efímera rodeada de relaciones bastante conservadoras y personajes cuyas relaciones humanas son tan poco profundas como infantiles. O quizás el éxito se deba a que la sociedad comienza a mirar hacia ese otro lado y gusta del argumento. No lo sé, pero sería penoso. Ojalá que solo sea la nostalgia...

Sesión discontinua dijo...

babel: creo que es mas nostalgia que tránsito al lado oscuro, porque la edad tira y a Speilberg le ha entrado la ñoña de su adolescencia superochesca.... Aun así, confieso que tengo curiosidad por verla.

Nos leemos!!!!