Últimos preparativos para una boda: el pastel, las flores, colocación de las sillas... Mientras escuchamos una suave música también suena en off una serie de llamadas infructuosas a móviles. En todos ellos salta el buzón de voz con un mensaje de disculpa por no estar disponible. La novia, en pleno proceso de acicalamiento, cuelga entre preocupada y cabreada: no consigue hablar con ninguno de los que fueron a la despedida de soltero de su novio, y apenas quedan cinco horas para la ceremonia. Su suegra está igual de indignada, su suegro justifica el silencio de los muchachos porque han ido a Las Vegas, y si están en racha todo --¡todo!-- puede esperar. Miradas fulminantes de ambas. Suena el móvil. Cambio de plano: es uno de los amigos del novio. Habla desde un desierto, en todo caso un lugar inhóspito y lejano, está cansado y exhausto, no sabe cómo encarar la conversación. Tras él se ven otras personas, esperando junto a un vehículo destartalado. No acierta a explicar lo sucedido --sabemos de qué va la cosa y por eso nos deleitamos en nuestras butacas-- pero aun así intenta que su sinceridad sirva de disculpa o amortigüe la bronca. Lo cierto es que no saben dónde está el novio porque la despedida se les ha ido de las manos. ¡Pero si se casa dentro de cinco horas! «Algo me dice que no va a poder ser», responde él. No llevamos ni cinco minutos de película y ya nos han suministrado todas la claves necesarias para disfrutar con la resolución del enredo planteado. Un ejemplo perfecto --debería estudiarse en las universidades-- de economía y eficacia narrativas. Por cierto: a mí también me encantaría hacer una llamada como ésa.
Cuando hablé de Centauros del desierto (1956) decía que una de las estrellas del imaginario sentimental masculino es reventar una boda: aparecer justo antes de que comience la celebración, montar un numerito de novio arrepentido y enamorado ante la exnovia, forzar una pelea a puñetazos con el rival y llevarse a la chica. Resacón en Las Vegas (2009) contiene una variante actualizada y pasada de vueltas: llamar a una novia inminente y anunciarle que, debido a un desmadre en la despedida de soltero, han perdido al novio. La película es, por lo menos, dos cosas: a) una aplicación modélica de la manipulación del tiempo narrativo (habitual en el cine espeso y/o independiente) a un argumento obrero por excelencia: la despedida de soltero; b) un filme que merece un lugar de honor en la lista de clásicos del humor testosterónico, junto con El gran Lebowski (1998). Si además de eso es capaz de mantener el interés, explotar las situaciones cómicas sin caer en la zafiedad total y clausurar la historia sin desmerecer (a pesar de lo previsible del final), pues hay que admitir que nos encontramos ante un nuevo clásico de la comedia, una marca a batir que durará unos cuantos años si no median sorpresas.
El fiestón transgresor, caótico y definitivo todavía goza del máximo prestigio en la escala de preferencias del humor masculino, tan sólo superado por otra situación: la resaca monumental y la oportunidad de poder explicar a quienes no estuvieron presentes --especialmente mujeres-- lo definitivamente bien que se lo pasaron. El objetivo en este tipo de filmes es conseguir desmadrar una despedida de soltero de manera que resulte divertidísima, incluya un claro desafío al poder y a las buenas costumbres e involucre a un número incontable de personas. Con semejante premisa, el género ha acabado por convertirse en un refugio para la comedia garrulo-coral. Resacón en Las Vegas, en cambio, sortea con habilidad todos estos obstáculos: de entrada, evita sistemáticamente mostrar lo sucedido en la fiesta, sin recurrir siquiera a flashbacks parciales; además, resuelve con verosimilitud los enigmas planteados tras la noche de juerga, sin echar mano de giros imposibles y pasados de vueltas. Uno tras otro se revelan los motivos por los que hay un tigre y un bebé en la habitación, a uno le falta un diente y otro lleva una pulsera de hospital. Al contrario: los protagonistas actúan con lógica y poco a poco reconstruyen lo que hicieron la noche anterior, de la que --por una razón en concreto-- no recuerdan nada. Cada descubrimiento explica lo que, a falta de recuerdos, parece al día siguiente algo arriesgado, idiota o, simplemente, temerario, y de paso nos acerca a la incógnita principal (¿dónde está el novio?). Por el camino, quedan algunos gags realmente buenos (el del vehículo policíal a la puerta del hotel), pero sobre todo, la habilidad para resolver la escena del móvil con la que arranca el filme. A continuación, diez minutos de suspense más que previsibles y desembarco en la ceremonia que hace las delicias de cualquier hombre: llegar por los pelos, con una pinta impresentable y provocando por ello que todos nos pregunten por lo sucedido. Después, un momento final, entre los cuatro protagonistas, que escenifica perfectamente el mundo masculino y su ingenua idea de que sabemos cosas que, por su propio bien, debemos ocultar a las mujeres. Incluso los créditos (es obligatorio verlos) quedan inteligentemente integrados en la película, cerrando el círculo narrativo con brillantez.
Desde hace dos décadas, las películas de despedidas de soltero --especialmente desde Despedida de soltero (1984), con un jovencito Tom Hanks en plena labor de labrarse una ecléctico-legendaria filmografía-- habían entrado en una dinámica incremental de desmadre negativo que amenazaba con atrofiar el género, volverlo repetitivo, absurdo y con un humor cada vez más grosero. Por fortuna, Resacón en Las Vegas ha corregido esta peligrosa deriva echando mano de recursos de estilo propios de filmes más serios, comprometidos o, por qué no decirlo claramente, prestigiosos, demostrando que no hay formatos predeterminados para un género, sino un uso inteligente de los mismos.
Y es que el cine espeso ha tratado siempre de adaptar y/o explotar determinados recursos narrativos mediante argumentos y temas que faciliten esta labor. El cine negro, por ejemplo, resultaba ideal para desordenar la historia: saltos atrás, diferentes versiones de un mismo suceso... Woody Allen, por su parte, aplicó a la comedia indudables hallazgos formales que pasaron casi desapercibidos en los filmes de Ingmar Bergman debido a lo secos y rancios que eran sus temas (como mostrar al protagonista con el aspecto del presente en situaciones de la infancia). En Fresas salvajes (1957) era la crisis de identidad de un viejo profesor, en Annie Hall (1977) recuerdos de la escuela primaria del protagonista, algo con lo que la mayoría se identifica más fácilmente. Resacón en Las Vegas es un caso parecido, solo que esta vez el tema es mucho más obrero y eso, claro, a algunos críticos especializados les parece un derroche de talento, incluso puede que un sacrilegio. Desde mi punto de vista es un mérito añadido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario