«Un nacionalismo de izquierdas es una amalgama muy difícil de llevar a la práctica», y Catalunya über alles! (2011) de Ramon Térmens ilustra indirectamente las mismas contradicciones que señalaba en una entrevista hace años el antropólogo Julio Caro Baroja. Además del retroceso y la desestabilización ideológica que supuso la caída del Muro en 1989, el nacionalismo de izquierdas no ha conseguido alcanzar mayorías sociales y electorales que lo conviertan en una alternativa política plausible y estable. Y ahí sigue, basculando entre la utopía y la obsesión por la coherencia ético-ideológica y la necesidad, nunca reconocida abiertamente ante sus votantes, de pactar y ser pragmáticos con los mismos políticos e ideologías que combaten y desprecian.
Y eso es exactamente lo que le sucede a la película de Térmens respecto a la realidad que analiza y critica: el nacionalismo de izquierdas posee una vasta experiencia en detectar injusticias, presentarlas argumentadamente y estructurar denuncias y protestas con repercusión social, el problema es que se muestra incapaz de traspasar el techo de cristal de sus audiencias previamente convencidas. En este caso se trata de un fenómeno imposible de obviar en Occidente, al que desde luego Catalunya no es ajena: el auge de la xenofobia racista y los réditos electorales que explotan determinados políticos oportunistas, nostálgicos de la sociedad polarizada entre ricos y pobres (sumisa, jerarquizada, manipulable, sin margen para el debate, la crítica y la obligación de rendir cuentas) de hace medio siglo.
Y no porque Catalunya über alles! resulte excesivamente moral, posea un argumento demasiado genérico o conceptual o se apoye en una narrativa vanguardista y experimental; al contrario, apunta directamente a instituciones y grupos fácilmente reconocibles: por un lado el partido Plataforma per Catalunya, que se ha hecho fuerte en las comarcas de la Catalunya central (con un alto índice de población inmigrante), azuzando con irresponsabilidad una hostilidad hacia los extranjeros que, si bien obtiene resultados a corto plazo, a la larga está provocando que el populismo racista se enquiste más allá de la actual generación en el poder. En segundo lugar, los empresarios y los arribistas que utilizan la mano de obra extranjera para provocar una devaluación interna en el mercado laboral (el palabro es pura jerga fetichista neocon) que tire hacia abajo de los derechos sociales y de los salarios, estableciendo una dinámica inversamente proporcional entre competencia por un puesto de trabajo, disposición a aceptar abusos y miedo a perderlo y las posibilidades de exigencia de mejores condiciones laborales. Por último, los propios trabajadores, atrapados en el dilema entre supervivencia y dignidad, resuelto casi siempre por la vía más previsible (y conveniente para quien lo provoca): la culpabilización/persecución del recién llegado. No será fácil volar los puentes entre estos tres factores letales.
Catalunya über alles! se divide en tres historias que ilustran tres aspectos del problema: la primera (quizá demasiado tangencialmente, ya que el protagonista es un violador que acaba de cumplir su condena y regresa a su pueblo) acerca de la eficacia del racismo como estrategia de las clases trabajadoras autóctonas en la obtención de ventajas materiales frente a la competencia inmigrante. La segunda, las radicales desigualdades económicas, de oportunidades y de ingresos entre inmigrantes y autóctonos, interesadamente simplificadas a través de los problemas de convivencia debido a culturas y estilos de vida (falsamente) antagónicos; cuando en realidad se trata de una confrontación laboral provocada desde fuera (aprovechando el statu quo) en un mercado sesgado, injusto y despiadado. La tercera ahonda en este último aspecto, apuntando directamente a empresarios, políticos de segunda fila y a la doble moral que rige la vida social y familiar de la clase biempensante. La película no deja títere con cabeza.
Todo ello narrado desde un explícito punto de vista crítico, sin necesidad de que los diálogos lo enfaticen a base de declaraciones pomposas o momentos dramática y artificialmente intensificados. Térmens deja que las situaciones y los hechos hablen por sí mismos, permitiendo que el espectador deduzca sin dificultad las conclusiones ideológicas de aquello que se denuncia. Es un estilo característico de determinada izquierda crítica contemporánea: renunciar a las alegorías y a los dramas maniqueos porque se consideran propagandísticos, éticamente trasnochados o demasiado próximos a corrientes cinematográficas setenteras, hoy unánimemente consideradas como obsoletas.
Resulta sencillo denunciar cinematográficamente una situación de injusticia flagrante, en la que cualquier espectador se decantará de forma inmediata y automática hacia un posicionamiento ético maniqueo y sin matices. En el caso de Catalunya über alles!, hay que añadir una capa más de significación que reduce al alcance del filme y limita la onda expansiva de su crítica, ya sea porque la localiza en extremo (al ámbito catalán) o porque parte de su potencial audiencia (el público español) la ningunea precisamente por el nacionalismo de izquierdas de carácter independentista que late tras ella. Por eso, para no dejar este aspecto al margen, la segunda historia se centra en el tema de la identidad catalana, que unos inmigrantes aprovechan y cuestionan con ingenio (de cara a la competencia autóctona), con la excusa de montar una empresa. Se trata de una estrategia legítima --ahondar en tópicos gastronómicos, costumbristas y folclóricos hasta deformarlos o ridiculizarlos, incluso vaciarlos de contenido-- de la cual el mercado ha abusado hasta la saciedad, pero que no se admite cuando lo aprovechan recién llegados o colectivos "no autorizados" por el grupo de poder dominante. Ahí se concentra la mayor carga crítica de todo el filme, la que resulta más escandalosa para los que no comparten su ideología: la manera en que el empresariado autóctono retuerce los mismos argumentos identitarios de los que se beneficia para aplastar una iniciativa que amenaza su cuota de mercado. ¿No habíamos quedado en que el mercado era libre?
Catalunya über alles! dispara con puntería contra la clase conservadora catalana, que suele presumir de patriotismo y de paternalismo a partes iguales, pero tampoco deja pasar la oportunidad para sugerir que la identidad catalana debería ser un ámbito incuestionado al margen de toda polémica política y social. La izquierda independentista no está representada por ningún personaje en la película, ni aparece en el guión en ningún momento, de manera que queda fuera del problema y del alcance de la crítica general del filme. En esa deliberada ausencia, apenas reconocible en detalles de estilo o en matices argumentales, enfatizando las injusticias, defendiendo las bondades del multiculturalismo, retratando la entrañable vida familiar de los inmigrantes en contraste con la desestructuración sentimental de los ricos autóctonos... En esta impostura de estilo y de perspectiva es donde se materializa la tradicional dificultad del nacionalismo de izquierdas para dar con una praxis política creíble y plausible. La denuncia política, la crítica valiente, la banda sonora percutante --en ocasiones me recuerda mucho a Asfalto (2000) de Daniel Calparsoro--, la narrativa vigorosa... nada de esto es suficiente si el marco ideológico que pone en marcha la historia, por decreto, queda al margen de la situación de se denuncia o critica.
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