Margarethe von Trotta es una veterana cineasta alemana que debutó en 1975 con El honor perdido de Katharina Blum, adaptación de la novela de Heinrich Böll, y que ahora se ha lanzado a hacer una película para contar todo lo que necesita que se sepa sobre Hannah Arendt (filósofa de la sociedad contemporánea y discípula a la vez que amante de Martin Heidegger) y la polémica que en 1961 provocaron sus crónicas del proceso a Adolf Eichmann (un antiguo teniente coronel de las SS nazis capturado por el servicio secreto israelí) para la revista The New Yorker.
La polémica se desató debido a sus comentarios acerca de la "excesiva" colaboración que ofrecieron los Judenrat, consejos judíos a cargo de la organización interna de los deportados, los cuales facilitaron la labor a los nazis en la identificación y expolio de sus compatriotas en los mismos guettos dondes estaban confinados. Para Arendt, quizá no ofrecieron la necesaria resistencia ni tuvieron suficiente valor cívico para oponerse a realizar la ingrata tarea que se les encomendó. Sin su colaboración forzosa pero eficaz, apuntaba Arendt, quizá el desastre humano, ético y político que supuso la Solución final no se hubiera convertido en una reacción totalitaria, atroz e incontrolable del Espíritu Absoluto hegeliano (un concepto que Hegel acuñó inspirado por el esplendor del estado prusiano de su época, que convirtió en motor fundamental de la historia y cuyo corolario era aquello de que todo lo racional era real), una afirmación sintácticamente correcta pero carente de todo contenido lógico cuyo reverso ha acabado identificado con el horror nazi y la expresión histórica del Mal Absoluto.
A pesar de que este concepto hizo fortuna en ensayos posteriores (el periodismo, la televisión y el cine han acabado por popularizarlo), Arendt no estaba conforme con esa visión, ya que lo cierto es que el totalitarismo nazi fue llevado a la práctica en último extremo por personas normales y corrientes: funcionarios y mandos intermedios no necesariamente fanáticos del nacionalsocialismo. Muchos de sus seguidores y colaboradores (dejando aparte la élite del gobierno hitleriano, que fue la auténtica responsable directa) fueron gentes mediocres, cafres insensibles que actuaron por omisión y/o por cobardía, escudándose en la obediencia debida para negar su parte de responsabilidad en el exterminio. Este argumento patéticamente peligroso y egoísta de ejercer el terror fue lo que llevó a Arendt a denominar esta actitud y sus consecuencias nefastas como la banalidad del mal, en oposición directa al concepto absoluto hegeliano, eliminando explícitamente toda trascendencia y sentido de la racionalidad a un mal ejercido mediante una política orientada pública y sistemáticamente al exterminio humano. Sin embargo, para muchos supervivientes judíos, declarar banal algo así equivalía a una herejía, una frivolización de su sufrimiento, a despojar de buena parte de su significado moral a la derrota del nazismo. Es posible que tarde o temprano algún otro estudioso hubiera llegado a una conclusión parecida, pero la capacidad analítica de Hannah Arendt aceleró extramadamente este proceso, planteándolo cuando todavía el mundo estaba asimilando las consecuencias de tanto horror revelado y muchos de sus supervivientes ansiando reconocimientos oficiales a su sufrimiento. La reacción en contra era inevitable.
Von Trotta ha querido poner en imágenes este episodio e ilustrar no sólo determinadas ideas --radicalmente argumentadas e irrenunciables para Arendt debido a su certeza-- sobre ética y filosofía política, sino sus consecuencias sobre la conservadora, maniquea y acomodada sociedad estadounidense que creía haber superado las heridas dejadas por la Segunda Guerra Mundial. El cine estadounidense, ante un reto similar, sin duda habría optado por puntuar los hechos con escenas a base de contrapuntos personales y recuerdos lacrimógenos, recursos dramáticos básicos para ahondar en el sufrimiento humano (justamente lo que Arendt quería evitar en su análisis) y esquivar la verdadera naturaleza del problema prácticamente el único argumento que esgrimió Arendt en su defensa): profundizar analíticamente en un fenómeno, por muy repulsivo que sea, no equivale a justificarlo ni a defenderlo. Arendt se vió rodeada de toda clase de críticas debido a que sus crónicas periodísticas superaron con creces el simple relato pseudoliterario que la mayoría esperaba.
El guión se desarrolla de forma estrictamente cronológica (apenas unos breves saltos en el tiempo), apenas unos rodeos dramáticos y secundarios que completan el ambiente humano y social en el que vivía Arendt, como si de alguna manera eso hubiera de servir de contrapeso ante lo incómodo de sus ideas. La película se limita a narrar los sucesos previos y posteriores a la polémica sin tratar de añadir matices innecesarios: no estamos ante una historia que busca ampliar el foco o situar en un determinado contexto algo que no fue debidamente comprendido en su momento. Al contrario, se trata de mostrar la vida de la mujer extraordinariamente preparada (en lo académico y debido a una experiencia vital que la alcanzó directamente) para comprender y analizar el fenómeno al que se enfrentó. La única escena en la que von Trotta se deja llevar por la construcción dramática propia de toda ficción cinematográfica es en la conferencia, en la que matiza y expone su versión de los hechos ante los estudiantes y profesores (éstos últimos en contra de su presencia en las aulas a raíz de sus opiniones). Ese es quizá el único momento en que asoma la pasión en un filme que la evita deliberadamente. El cine americano --no puedo dejar de mencionarlo-- no hubiera insertado esta escena al final, a modo de clímax puro y duro, sino que se habría beneficiado de su efectos de una forma más obvia: quizá antes o después de otra escena en la que Arendt sufriera un revés sentimental que destacara aún más su integridad moral. La película de von Trotta es suficientemente sólida como para no tener que recurrir a estos trucos: basta con los hechos más su punto de vista.
Y para terminar, un detalle curioso que contextualice una película hecha tan a la contra dentro del panorama del cine contemporáneo: cuando haces una búsqueda en Google, el autocompletado asume que si escribes Hannah te refieres a Montana y no a Arendt.
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