1. Bienvenidos a Belleville
2. Fahrenheit 9/11
3. Serenity
Avance: los tres primeros meses del 2006 fueron los últimos de Sesión discontinua en versión página personal; y a diferencia del anodino 2005, aquel trimestre estuvo lleno de buenas películas (alternadas con otras que merecen no ser recordadas aquí). Tantas que me ha costado elegir un título para representar esta última etapa previa al salto a la blogosfera.
Arrancó el año con Manderlay (2005) la esperada secuela de Dogville (2003) de Lars von Trier, que no desmereció en absoluto a su predecesora, en lo que sigue siendo otra trilogía inconclusa de su imprevisible director. Pero es que luego se cruzó El castillo ambulante (2004) del recién jubilado Hayao Miyazaki, una película que desborda imaginación, ritmo y ternura, y que inspiró cinco años después la siguiente película de Pete Docter, que se ocupó de la versión inglesa del filme de Miyazaki: Up (2009). La fui a ver porque seguía bajo los efectos de la revelación que supuso en mi formación cinéfila El viaje de Chihiro (2001), un auténtico chute narrativo aún insuperado y que desmenuzaré otro día, lo juro. Y por último, Volver (2006) de Pedro Almodóvar, la que considero hasta la fecha su última película meritoria, cuando un estilo consolidado y un sentido del drama más que dominado revelan signos de una complejidad que anticipan la actual atrofia creativa.
Los tres entierros de Melquíades Estrada, dirigida e interpretada por Tommy Lee Jones, es un guión de esos que un actor de primera fila se empeña en convertir en filme, ya sea por el personaje que lo protagoniza, los escenarios en los que transcurre, un tema cercano en lo biográfico, o por la necesidad de rodar un determinado tipo de historia. El caso es que Jones acierta de pleno con el tono, la interpretación y el montaje. Un filme menor que me alegro de no haber dejado escapar en su momento, aunque sólo fuera por mero despiste frente a la cartelera.
Desenterrado Juan Rulfo (Los tres entierros de Melquíades Estrada)
Publicada el 28/02/2006 (ver texto original)
Los tres entierros de Melquíades Estrada (2005) se posiciona rápidamente en la cartelera gracias a su atractivo título, prácticamente salido de un cuento de García Márquez o de Rulfo. Con ese primer dato la película ya tiene al espectador de cara; el segundo es el guionista: Guillermo Arriaga, responsable de dos recientes éxitos argumentales como son Amores perros (2000) y 21 gramos (2003). En este caso la estrella es el guionista antes que el director (que aquí aporta su prestigio como actor y demuestra su buen hacer en la faceta de actor, premiado en Cannes) que se dirige a sí mismo.
El argumento no desmerece en absoluto la idea que sugiere un título tan largo: Los tres entierros de Melquíades Estrada se obstina, en los capítulos centrados en los dos primeros entierros, en los detalles y las paradojas que orbitan alrededor de un incidente tan habitual como triste, la muerte de un emigrante mexicano en la frontera estadounidense. El tercer entierro narra el clásico itinerario geográfico que se convierte en itinerario moral y en recuperación iniciática de vidas pasadas y ajenas. Además, el tema de la muerte --tema mexicano por excelencia-- cobra protagonismo en este tercio final con un sentido del humor grotesco que en ocasiones roza lo macabro.
Todo ello sostenido mediante el mismo entramado narrativo que veíamos en 21 gramos, hecho a base de desorden temporal sin diálogos que sirvan de clave para orientarse; únicamente la repetición de escenas desde diferentes puntos de vista consigue situar al espectador, casi al final del segundo entierro. Es un síntoma más de la complejidad que alcanza el lenguaje cinematográfico y de cómo el público responde al reto. Bien por el guión de Arriaga y bien por la sensibilidad de Jones a la hora de realizarlo, descartando de entrada el melodrama y sin pretender que todos los cabos queden perfectamente atados. No estamos en Hollywood, estamos en la tierra de Pedro Páramo.
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