Escocia ya tiene su musical: Amanece en Edimburgo (2013), basado en las canciones de The Proclaimers. Igual que la música de ABBA dio lugar a Mamma mía! (2008), esta de ahora se sirve de las canciones de un conocido grupo local de rock ochentero cuyo éxito internacional no ha conseguido eclipsar sus raíces escocesas.
El título original de la película (Sunshine on Leith) está tomado del segundo álbum del grupo, el que contiene su canción más famosa --I'm gonna be (500 Miles)--, que ya sirvió de banda sonora a la película Benny & Joon (1993), protagonizada por Johnny Deep, luego reversionada en 2007 y vuelta a poner de moda gracias a la serie estadounidense Cómo conocí a vuestra madre (2005-2014) como parte de un gag recurrente.
Comienza la película y en el minuto cero aparecen dos soldados en plena guerra de Afganistán cantando mientras van de patrulla nocturna, y entonces pienso que todo ha sido un inmenso error. Pero enseguida me viene a la mente la escena final de Hair (1979) y me digo que hacía mucho que nadie se atrevía a hacer cantar a un soldado en combate, en una escena que combina dos géneros a priori incompatibles (el musical y el bélico). Por desgracia, ahí se acaba toda la novedad.
Amanece en Edimburgo explota el filón que supone la necesidad inagotable de las audiencias de un subidón romántico que les alegre la tarde o la vida, según vaya la feria. El filme se sitúa en las antípodas de Trainspotting (1996), el mejor producto cinematográfico que ha ofrecido Escocia hasta la fecha, sin salirse un ápice de lo contrastadamente eficaz: soldados que regresan de la guerra sin secuelas sicológicas, novias y hermanas sensibles y delgadas, barrios limpios, bares encantadores, celebraciones oportunas... Todo al servicio de un argumento al servicio de un objetivo: entrener.
Interpretada por actores poco conocidos internacionalmente --en Mamma mia al menos existía la curiosidad de ver cómo se desenvolvían dos actores tan poco musicales como Meryl Streep y Pierce Brosnan--, sus coreografías están mucho menos trabajadas que en el filme de Phyllida Lloyd, adaptadas seguramente a las capacidades reales de cada actor, y quizá por eso resultan más espontáneas y divertidas. Tambien se atreve a jugar con algunos recursos del género: no todos los actores de una escena cantada asumen que haya actores que canten, o un personaje intenta que otro se arranque a cantar a pesar de que le parece algo totalmente fuera de lugar.
El argumento no se sale de las convenciones del género: enredo romántico heterosexual, ambiente familiar cohesionado (excepto en plena fase de conflicto), omisión de cualquier elemento socialmente comprometedor, arquetipos humanos, escenas estereotipadas... Pero esto no es suficiente para restar encanto a un filme que es exactamente lo que se espera de él y que, como no puede ser de otra manera, culmina con el subidón del número final. La canción más conocida, junto con el número más y mejor trabajado de todo el filme, sirven de escenario para el esperado final.
La fórmula es original y está claro que tiene el éxito garantizado: de entrada la banda sonora es ampliamente conocida, basada en canciones de artistas consagrados, a las que se les añade un argumento impecablemente romántico. Si acaso queda la incógnita de si la adaptación al cine estará hecha con gracia o si los actores conseguirán mantenerla fuera de los límites de la cursilería. Pero para cuando llegas a eso lo más probable es que te hayas rendido al encanto de unos números musicales, los cuales ofrecen un nuevo significado a la letra de canciones que creías que hablaban de otras cosas.
Va a tener razón la sicología barata cuando afirma que de la obra completa de cualquier artista se puede extraer un texto que la enlace con cierta coherencia narrativa, como le ha pasado a ABBA y a The Proclaimers. Sus canciones han quedado secuenciadas en un argumento concreto, encajadas en unos números musicales al servicio de una trama e interpretadas sus letras por personajes que --en adelante-- difícilmente podremos sustraer de nuestra propia versión imaginada. Es más, estoy convencido de que lo mismo puede hacerse con prácticamente cualquier artista y, así, conseguir encadenar los grandes éxitos de, pongamos por caso, U2, en un musical al servicio de lo opuesto a lo que representa el grupo irlandés: el populismo más rancio, el capitalismo neocon, vete a saber... En Catalunya ya está en los escenarios Boig per tu (2013), un musical basado en las canciones del grupo local Sau, así que el salto a la pantalla es cuestión de tiempo. La única duda que me queda es si apostarán por la eficacia de la economía del subidón romántico o si se las querrán dar de modernos en cuanto a estilo cinematográfico.
Un apunte final: a la salida del cine Heron City de Barcelona, donde fui a ver la película, unos trabajadores de Cinesa reclamaban el pago de sus sueldos completos. Dado que ellos habían trabajado todas sus horas sin recortar nada, usando ese mismo argumento reclamaban que la contraprestación económica estuviera igualmente completa. Eran pocos pero se hacían notar hasta que la Guàrdia Urbana apareció, los mandó callar y les obligó a dispersarse. Que conste en acta: Cinesa no paga lo que debe y la policía local no permite que nada ni nadie estropee la burbuja feliz del consumo planificado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario