Hasta ahora había visto dos películas de Olivier Assayas básicamente atraído por sus sugerentes títulos --Finales de agosto, principios de septiembre (1998) y Las horas del verano (2008)-- y después descubrí que ambos argumentos estaban a la altura. Pero después de ver Viaje a Sils Maria (2014), su segundo largometraje en seis años, confieso que he de revisar el binomio título/argumento-a-la-altura, porque, para empezar, el título despista completamente; el argumento, en cambio, sigue colmando las expectativas de cualquier espectador exigente.
Desde Avaricia (1924) de Erich von Stroheim y El viento (1928) de Victor Sjöström, pasando por Stromboli, tierra de Dios (1950) de Rossellini y hasta El rayo de verde (1986) de Rohmer, el paisaje y la metereología han adquirido en el cine --por una cómoda y eficaz convención narrativa-- complejos significados: su atractivo visual sigue siendo una manera elegante y atemporal de expresar sentimientos que, de otra manera, quedarían impostados o pedantes en diálogos y/o escenas demasiado artificiales. El desierto, el viento, un raro fenómeno propio de la puesta de sol y, en el caso de Assayas, una formación nubosa recurrente y predecible (denominada la serpiente de Maloja, que se puede admirar en el cantón suizo de Graubünden y es seguro que se ha convertido en el destino turístico culturetas de la temporada) se erigen en metáforas de los sentimientos de los protagonistas, paradojas de la existencia, advertencias, revelaciones, tristes verdades, casi un personaje más del reparto.
Esa "serpiente", un cúmulo de nubes que por lo visto se desplaza desde Italia y penetra en el valle suizo de Engadina a muy baja altura, dando la impresión de que se arrastra por las laderas, es un elemento recurrente en Viaje a Sils Maria. La sabiduría popular sostiene que es un augurio de malos tiempos o desgracias (de hecho, no deja de ser una simple extrapolación de lo que realmente significan esas nubes: lluvia y mal tiempo), pero el filme necesita que este fenómeno signifique algo más complejo, y que además sea una paradoja de la existencia y sirva como lección de vida. Visto el desarrollo argumental, creo que este es el único punto ciego de la película de Assayas: la imposibilidad de alinear esas nubes con todo lo que pretende expresar, no acabo de ver cómo encaja en el sentido general de la historia. Es un detalle mínimo que no afecta al resultado, sin embargo, por alguna extraña razón (igual pasó unos días allí), Assayas ha querido que la película orbitara a su alrededor y eso desequilibra parcialmente el conjunto.
Viaje a Sils Maria reflexiona sobre el paso del tiempo, más concretamente sobre la aceptación de los signos del paso del tiempo, de sus efectos sobre la mujer, pero también sobre la brecha generacional (también entre mujeres), que se abre entre dos seres cuyas expectativas, hormonas y aspecto son inversamente proporcionales: la veterana actriz Maria Enders (espléndida Juliette Binoche) y su joven asistente Valentine (meritoria Kristen Stewart) chocan constantemente por cosas como el valor de la interpretación teatral sobre la cinematográfica, el cine de arte y ensayo frente a la supuesta superficialidad de la ciencia ficción repleta de superhéroes; pero también por la actitud y el uso de la tecnología, el trato con hombres de su pasado y su presente... y de la imparable atracción sexual que causa la proximidad de la convivencia. Maria está hecha un lío porque el mundo en el que ha envejecido no le gusta: le sigue atrayendo la juventud (de su asistente), seguir exprimiendo la vida como si tuviera veinte años, a pesar de que su experiencia dice que tiene treinta más. ¿Cómo encaja todo eso con la serpiente de Maloja? Ahí es donde el filme creo que no acaba de cuajar, pero en todo lo demás (personajes, situaciones, ritmo narrativo, presentación plausible de un microcosmos perfectamente reconocible en sus pormenores) no defrauda en absoluto. La famosa serpiente (un fenómeno que Maria ignora pero a Valentine le atrae y se preocupa por conocer) acaba convertido en climax dramático antes que en metáfora metereológica.
Antes de acabar quiero dejarlo claro: que la metáfora de la serpiente no me parezca que funcione no significa que sea una película arruinada o echada a perder, al contrario, no defrauda, engancha, mantiene el interés y, como suele ser la marca de la casa Assayas, el argumento se las apaña para sortear las trampas de la pedantería, explotando con naturalidad ciertos momentos definitorios que dejan caer una gran carga crítica. Binoche, sin esa capa de esnobismo que caracterizó su elección de guiones en los noventa, brilla aquí en todo su esplendor; la aspirante Stewart, a su vez, trata de diversificar con esta película la polarización crepuscular que amenaza con banalizar su carrera.
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