Descubrí Coherence (2013) en uno de esos listicles que inundan las redes sociales. Este iba de películas de ciencia ficción que no había que perderse por uno u otro motivo; la clásica lista de títulos de segunda fila pero que en un determinado momento --o por un recurso en concreto-- propone una buena idea o una novedad (aunque luego el resto no valga demasiado la pena). La película de James Ward Byrkit la incluían por su punto de partida y la forma claustrofóbica de desarrollarla. Coherence es un filme rodado con espíritu de filme independiente, con un argumento al que le falta un punto de trabajo pero que administra bastante bien la idea principal.
Me recuerda bastante, por el estilo y por el tema a Primer (2004) de Shane Carruth, sobre todo por esa curiosa manera de no enfrentar directamente y en una escena convencional las implicaciones de su premisa. Ambos títulos juegan con las consecuencias de la relatividad o de la física cuántica experimentadas en situaciones cotidianas, encajándolas en el típico esquema dramático compuesto por una única localización, tiempo aparentemente sin saltos y un único grupo de personas que interactúan en un clima de tensión creciente.
Cuando la película desvela cuál es el punto sobre el que se sostiene toda la trama, y cuando el espectador comprende cómo la piensa dosificar dramáticamente, salen a flote los auténticos méritos de Coherence. Pero también los límites: no sólo en cuanto a imagen cinematográfica, sino por las implicaciones narrativas: se nota que la película no quiere entrar de lleno en una historia abiertamente fantástica, sino que roza constantemente con las paradojas espacio-temporales y las inconsistencias cuánticas, sugiriendo cosas y situaciones que no se muestran directamente, aunque sí sus efectos. No es una estrategia nueva, al contrario, pero sigue siendo la más eficaz y la que mejor aguanta el paso del tiempo.
Con todo, el clímax final exige quebrar todas estas reglas, atreverse a mostrar lo que parecía que no se iba a poder ver, pero sin explicaciones ni planos sostenidos que permitan al espectador recrearse en semejante paradoja lógico-narrativa (aunque al lleve anticipando en su mente desde hace rato). Y cuando por fin sucede produce un inexplicable mal rollo (al menos a mí), lo cual está bien, porque sirve para distraer nuestra atención, descolocarnos acerca del sentido general de la historia y a no darle tanta importancia a semejante trampa del guión, aunque sea por imperativo de género: final brusco y abierto.
Coherence entretiene lo suficiente como para no salir defraudado, sobre todo porque es inevitable compararla con el estilo redundante y previsible al que nos tiene acostumbrados el cine comercial que sí llega a las pantallas grandes; pero también por el reto de guión que se autoimpone y la manera indirecta de sugerir contradicciones sin tener que llegar a evidenciarlas en prácticamente ningún plano directo. Una vez vista, comprendes que merecía su lugar en esa lista de filmes de ciencia ficción poco conocidos que sin embargo uno no debería perderse.
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