Desde la floja y sosa Irrational man (2015) que no regresaba a Allen, y veo que su cine, contra viento y marea, no ha cambiado en lo fundamental. Sí que ha perdido algo de sarcasmo, casi toda la carga crítica respecto a los acontecimientos de su tiempo y absolutamente todos los elementos característicos de su humor (los judíos, la cultura, las relaciones). Pero es indudable que sigue dominando el arte de hacer películas. Ya no le quedan perfectas, ni sus guiones se notan tan trabajados como antes (los de los noventa quedan ya como la cima de su aportación artística), más bien acomodados a ciertos recursos narrativos de probada eficacia (y seguramente a infinidad de imprevistos de la producción, del reparto, del presupuesto...), pero siguen divirtiendo a pesar de los clichés.
Los protagonistas de Allen se definen por unos rasgos que conocemos bien: puntos de vista desencantados, dominio ingenioso de la filosofía y de las citas culturales, incapacidad para expresar sus sentimientos; pero también --y esto es lo más contradictorio e inconfundible de los personajes de Allen-- una querencia casi sthendaliana por lugares que destilan romanticismo y nostalgia (bares, hoteles, barrios, tiendas, tradiciones, rincones de Central Park...). Esta fascinación por el antiguo Nueva York (ligado sin duda a su infancia) es probablemente el ingrediente que engancha al público que no conoce sus grandes títulos o se siente atraído por algún intérprete del reparto. Cinéfilos y recién llegados coinciden precisamente en eso: en mitificar y disfrutar con escenas cuya localización amplifica el significado del diálogo o de la situación. Nueva York le debe a este hombre mucho más de lo que admite; y aunque su vida sentimental no es desde luego ejemplar, no se puede dejar de admitir que hay momentos en su filmografía que han marcado una época y un estilo. Y si no que se lo digan a la serie que Amazon Prime acaba de estrenar: Modern Love (2019).
En esta etapa de senectud, el cine de Allen ha ganando en velocidad y concreción, y Día de lluvia en Nueva York (2019) es un buen ejemplo: rápida presentación de los protagonistas (los secundarios son totalmente funcionales y se esbozan raudos a partir de su aspecto, profesión y cuatro líneas de diálogo), establecimiento de plazos y objetivos para la historia, humor blanco sin apenas ironía, recursos y situaciones de vodevil clásicos... Ingredientes transbordados casi sin modificación del cine clásico de Hollywood. En este filme, la vena romántica que Allen siempre se ha apañado para dosificar con inteligencia, luce aquí sin complejos y en todo su esplendor en un esquema casi calcado al de Midnight in Paris (2011), solo que sustituyendo la capital francesa por Nueva York.
Quizá, y sobre todo después de los problemas que tiene Allen para rodar en su país, este sea en verdad el último que el artista/cronista cinematográfico de Nueva York le dedica a su objeto de inspiración. Si es así, Día de lluvia en Nueva York es lo que tiene que ser: un homenaje a los lugares que adora y que se apaña para mostrar tal como él los ve y siente en los momentos cruciales de la película. ¿Guiño comercial a la audiencia? Desde luego. ¿Sincera y entretenida? También.
2 comentarios:
Me alegra que su cine siga vivo como siempre. Se le pide mucho porque es Allen y lo bien que hacemos...
Pues sí, es incombustible, y el mantener ese estilo firmemente anclado en el cine clásico le ayuda. Nos leemos!!!!!
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