La pregunta que plantea el filme de la austríaca Jessica Hausner es absolutamente inquietante y pertinente, visto el contexto actual de neurosis e insatisfacciones para llenar un catálogo que exhibimos como sociedad: ¿sabríamos reconocer la felicidad cuando la experimentamos? Si resulta que reconocemos casi de forma unánime que es uno de nuestros principales objetivos en la vida (llenamos con el tema libros, series, eventos, redes sociales, debates, charlas, sobremesas..) es porque implícitamente admitimos que el estado de sentimientos en el que nos encontramos no lo consideramos felicidad. Lo que se pregunta Little Joe (2019) es si, en caso de que nos diéramos de narices con ella, ¿sabríamos reconocerla? Y lo que es más importante ¿sabríamos retenerla cerca de nuestra existencia?
Little Joe cuenta la historia de una empresa de biotecnología que crea una flor modificada genéticamente cuyo aroma --aseguran-- provoca la felicidad a quienes lo inhalan. Parece tonto, ridículo e irreal, pero pensemos en los esfuerzos de las farmacéuticas para lograr medicamentos que potencien y/o corrijan nuestras necesidades más miserables: erecciones garantizadas, eliminar la grasa sin hacer nada de ejercicio, curar la resaca de golpe... Ahí es donde hurga con inteligencia el filme de Hausner: normalmente esa "felicidad" experimentada se mide a través de indicadores químicos, reacciones instintivas, sensaciones confirmadas a toro pasado; pero, ¿qué pasa si, en lugar de eso, quienes han estado expuestos al aroma de la flor, experimentan cambios de comportamiento y de actitud ante problemas o murallas que ellos mismos se han acostumbrado a tolerar? ¿Y si resulta que ya no se conforman con ser quienes eran y dejan de ser la clase de personas a las que los demás se han acostumbrado a tratar, a proteger, a amar? ¿Estaríamos hablando de un fallo en el diseño de la flor, de un riesgo para su salud o un cambio positivo? Little Joe se la juega a fondo con las pocas cartas que pone sobre la mesa, presentando una serie de cambios que se podrían explicar de las dos maneras, dejando que las audiencias extraigan sus propias conclusiones.
Lo malo es que este buen planteamiento se presenta con un estilo y un formato que sí, encajan en la propuesta estética y narrativa del filme, pero pierde partidarios a medida que avanza la película: lentitud expositiva, deliberada frialdad en las interpretaciones, los escenarios y la escenografía (reforzando esa situación de contención, aburrimiento y sosería en la que imperceptiblemente nos movemos), omitiendo los momentos dramáticos de las escenas clave (basta con mostrar los antecedentes), todos estos tics al más puro cine indie --tamizados por algunas situaciones del cine británico más clásico (la película la produce la BBC)-- no ayudan ciertamente a enganchar al público con una idea tan contundente, rompedora y sutilmente expuesta.
Little Joe se mueve con comodidad e inteligencia es esa narratividad amputada en la que faltan reacciones dramáticas y diálogos que remachan los hitos del argumento, y que sirven al espectador para confirmar su comprensión de la historia y, de paso, engancharle más mediante la empatía con los protagonistas. Pero sin esas concesiones, sin humor imprevisto o desmitificador, con interpretaciones distantes y deliberadamente espartanas, sin apenas desarrollo de líneas secundarias, el conjunto resultante es una historia bien dosificada que alcanza su objetivo en el tercio final, quizá demasiado tarde para bastante gente. Aun así, merece la pena dedicarle tiempo y un esfuerzo adicional a esta película... Porque, ¿y si la felicidad consistiera precisamente en eso?
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