En el Centre de Cultura Contenporània de Barcelona (CCCB), hasta el 1 de mayo, hay una creativa exposición que enlaza la pintura de Vilhelm Hammershøi con el tratamiento de la luz en los filmes de su compatriota danés Carl Theodor Dreyer. A partir de un comentario hecho por Paul Vad (historiador del arte) en el que designaba a Dreyer el mejor discípulo del pintor, Jordi Balló (el director de exposiciones del CCCB) pensó que sería interesante reunir en un mismo espacio las pinturas del primero con los trabajos cinematográficos del segundo. Y realmente ha sido una buena idea, ya que la muestra traza la biografía de ambos para luego presentar las pocas pruebas de que disponemos: cotejar bocetos, cuadros y fotografías de producción y personales para encontrar paralelismos estéticos.
Así, en plan bordecito, señalar que Hammershøi pintó fundamentalmente las habitaciones de las casas donde vivió: vacías, con la luz como único personaje, o con gente (su hermana, su madre o sus amigos). Los pocos paisajes que pintó eran los lugares a los que iba de veraneo. Desde luego el hombre no fue lo que se dice un cosmopolita.... Sin embargo, su objetivo artístico se mantuvo firme a lo largo de su vida: capturar toda la belleza cotidiana de la luz, y sus cuadros (de un perfeccionismo técnico asombroso) se esfuerzan por atrapar el estado de ánimo que deja cada hora del día en las diferentes estancias de una casa. Dreyer, por su parte, es uno de los cineastas más espesos de la historia del cine, y su filmografía tampoco es que resulte muy accesible: comparte con Hammershøi el gusto por el estudio minucioso de los detalles, la ambientación, los temas que exploran lo absoluto de la vida y del amor (a contracorriente de toda moda establecida), o la gestación artesanal de sus películas (entre las cuales a veces transcurrían diez años). Como puedes imaginar, sus películas requieren una importante concentración por parte del espectador.
Sin embargo es curioso ver cómo hay fotogramas de filmes de Dreyer calcados de cuadros de Hammershøi (una escena de El presidente (1919) transcurre en una habitación claramente inspirada en un cuadro de Hammershøi); o cómo en sus colecciones personales ambos tienen fotos que demuestran su fascinación por la luz. O sea que el enlace intuido por Jordi Balló es correcto; y la exposición cumple su cometido: atraer a los que conocen a uno de los dos protagonistas de la muestra y espolear el interés por el otro. Cuando la obra de Hammershøi se expuso en Nueva York, el ex-Monty Python Michael Palin (que dice la Wikipedia que posee buena parte de la obra del pintor danés) quedó tan fascinado por su pintura que rodó un documental para la BBC titulado Michael Palin and the Mystery of Hammershøi (2005). Así que no devaluemos el valor de estas exposiciones...
Uno sale convencido (más allá de la coincidencia de ser daneses y haber vivido con 25 años de diferencia) de que realmente Dreyer admiraba la pintura de Hammershøi, y que esa admiración la provocaba su ajuste perfecto al tipo de cine que rodaba y a las imágenes que le gustaba encuadrar. Aunque más allá de eso lo que hay es una coincidencia fundamental de proyectos estéticos: búsqueda de una belleza cotidiana, serena y atemporal.
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