Creí que Prometheus (2012) era un filme que sólo tangencialmente podía ser tomado como una precuela (es urgente encontrar un neologismo que sustituya a este horrible palabro) de Alien, el octavo pasajero (1979), el título --segundo en su filmografía, el tercero fue Blade runner (1982), o sea que no cabía un comienzo más prometedor-- que aupó a Ridley Scott a la categoría de director mítico. Pero no, Prometheus es una película que se conforma con enlazar argumental y visualmente con su ilustre predecesora, recurriendo a una mímesis descarada de la práctica totalidad de escenas y recursos de estilo que la hicieron famosa. No estoy hablando de referencias intertextuales y homenajes al vuelo (objetos, diálogos, planos, situaciones) tan del gusto de los iniciados, sino de que la mayoría de las veces los calca, incluso los dispone casi en el mismo orden, puesto que el guión es, también, una pobre variación del primero. El resultado es una estéril acumulación de paralelismos que no convencen y dan la sensación de falta de ideas, de que se ha optado por lo fácil y lo comercialmente seguro. Scott (75 años) no se ha tomado demasiadas molestias a la hora de revalorizar una de las joyas de su filmografía, parecía más preocupado por establecer los cimientos de una saga capaz de prolongarse en el tiempo y el éxito. Hoy día, las sagas son el producto que genera más ingresos a Hollywood, en el contexto de una industria atenazada por el miedo a innovar y la parálisis de iniciativas fruto que un mercado en plena mutación de pautas de consumo. Pero esa es otra película; ahora toca machacar sin piedad Prometheus.
Con un estilo de telefilme de sobremesa, la película propone un argumento calcado al de su predecesora: una nave científico-comercial aterriza en un lejano planeta con la misión de investigar lo que parece una civilización precursora/creadora de la especie humana. Largo viaje interplanetario, tripulación despertando de la hibernación --los primeros minutos, incluido el arqueológico prólogo, parecen sacados de un guardacomo de 2001, una odisea del espacio (1968)--, ambiguo androide de última generación --gran trabajo actoral de Michael Fassbender-- que despierta sospechas porque nos acordamos de Ian Holm, fascinación inicial ante los descubrimientos, irresponsable introducción del bicho en la nave... Y hala, a sumergirse en el rutinario desfile de cadáveres (por parejas o en solitario). ¿Un tanto familiar, no? Es tan, tan previsible que, debido a su gran dependencia narrativa y formal respecto a Alien, el octavo pasajero, es muy fácil anticipar sin problemas hasta el más mínimo giro argumental. Y eso --lo sabemos de sobra-- provoca aburrimiento y una incontenible necesidad de hacer comentarios sarcásticos en plena proyección.
Con independencia de la preocupante escasez de sorpresas, es necesario destacar el notable empeño en conseguir una versión mejorada en cuanto a efectos visuales --un objetivo conseguido al menos parcialmente: la mejor escena es la de la autooperación en vivo que se practica Noomi Rapace--, lastrada por el deseo/necesidad/obsesión de ofrecer dosis equivalentes de acción y trascendencia. A estas alturas, la experiencia dice que ésta última funciona mejor si se limita a ser un añadido que aporta el espectador a partir de inferencias que hace partiendo del filme, o en todo caso queda hábilmente sugerida en determinadas escenas (como por ejemplo sucede en Blade runner). En estos casos, bastaría con conseguir que la acción no eclipsara todo lo demás. Pero no, el director se empeña en colocar en primer plano, en conversaciones recurrentes interpretadas con un tono de afectación pedante, lo que ya debería haberse deducido a partir de los acontecimientos. Prometheus comete los tres errores básicos que forman la Santísima Trinidad de cagadas a evitar en el cine de entretenimiento.
El resultado es un filme sin originalidad, claramente descompensado, que no destaca ni por la acción a raudales ni por el supuesto trasfondo filosófico. Da la sensación de que Scott ha querido forzar más de la cuenta este último elemento, como si ese hubiera sido el único punto débil de su película de 1979, cuando en realidad su valor se debe a que está sólidamente anclada a unos esquemas narrativos clásicos, de una eficacia contrastada. Entonces sí que acertó al añadir una espectacular iconografía gótica, trasladar un esquema argumental propio del cine de terror a un ambiente inédito --tecnológico y ultramoderno-- y, por descontado, la fascinación ante un bicho increíblemente repulsivo y letal apenas entrevisto (el recurso más eficaz para provocar la reacción buscada en el espectador).
Prometheus resta méritos al balance creativo de un director muy respetado internacionalmente pero que, a cada año que pasa, pienso que en realidad tuvo la suerte de cruzarse con dos guiones extraordinarios al comienzo de su carrera. El resto de su filmografía no es que sea prescindible, pero contiene las contradicciones, altibajos y bandazos habituales, como la de cualquier cineasta notablemente competente. Eso sí, no todos pueden presumir de haber alumbrado dos obras maestras indiscutibles que además son sendos iconos generacionales. Ni siquiera un título como Prometheus puede ensombrecer algo así.
1 comentario:
Amigo, J.A. Has escrito una de las críticas más sensatas, honestas y consecuentes de la archifamada, “Prometheus”2012. Desde el inicio—como muy bien, remarcas— el desafortunado título del “palabro”. Hasta el hermoso epitafio finiquitador a un film, que sólo quedará como un blockbuster más, en una larga y tediosa tarde de verano. Te soy sincero: desde que supe que en este proyecto estaba el adorado guionista de la televisión channel-ABC, D. Lindelof no iba a pagar una entrada para ver lo que me imaginaba, y al final la he visto en compañía de mis sobrinos; el alma Bogart siempre me traiciona y eso que el 3D, les hace tan felices. Una pena de realizador, que logró autoría, credibilidad y respeto entre la crítica especializada. Aquellos films que forman parte de la historia (todos los conocemos), por obra del caprichoso azar nos hicieron creer en uno que iba para grande. Un matiz, siempre digo lo mismo: el hermano de Sir. Ridley no engaña ni lo pretende. Al servicio de Bruckheimer and multinacionales de la publicidad, cumple lo establecido del rol. Pero, el impenitente opositor a genio hace que eche de menos, al maestro Kubrick. Este año hubiera cumplido 84 años. Un abrazo desde la bolsa africana.
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