Cuando te enfrentas a una película que mezcla demasiados registros y no deja que ninguno se imponga; cuando la historia se resiste a ser etiquetada a base de giros inesperados y personajes complejos; cuando, en definitiva, como espectador, te resignas a aceptar las cosas tal como te las cuentan porque se asimilan peligrosamente a un fragmento de vida, entonces, muy probablemente, estés ante una nueva obra maestra. Y eso es exactamente Tres anuncios a las afueras (2017). Apenas en su segundo largometraje de ficción su director --Martin McDonagh-- ya exhibe una pasmosa madurez y aplomo narrativos; y aunque su primer filme de ficción --Siete sicópatas (2012)-- apuntaba detalles prometedores, nada hacía presagiar tan formidable evolución.
La película posee las mejores virtudes del cine estadounidense: para empezar, una escena inicial con una anécdota plausible, original y llamativa que permite presentar a la protagonista y ubicar al espectador en el espacio en el que se desarrollarán los hechos; a continuación, se amplía el foco con un desarrollo argumental marcado por el humor y la ironía y una galería de personajes secundarios igual de bien perfilados que los principales (el exmarido, el hijo de la protagonista, la mujer del sheriff). Para completar el cuadro, una brillante manipulación dramática de la historia: cuando parece que la comedia ácida y ciertos detalles descarnados van a determinar el tono de la historia, McDonagh se las arregla para colar instantes conmovedores; y de paso retorciendo la historia con hasta dos brillantes golpes de efecto, cuyas consecuencias se despliegan en más momentos de humor y en nuevos estallidos de violencia y de dolor. Tres anuncios a las afueras destila verismo y realidad, haciendo que el espectador olvide que todo es artificio, una maquinaria de relojería cuidadosamente diseñada, una convincente ficción. Y es que cuando un relato tan rotundo y compacto consigue desvanecerse en favor de una buscada impresión de autenticidad significa que la cosa va bien.
Y además, una buena noticia para sus fans: el tono y la factura del filme remiten inevitablemente a los Coen: guión de hierro forjado, personajes bien definidos a través de sus actos y sus palabras, tensión interna de las escenas bien desarrollada, diálogos brillantes (de una calidad literaria más que destacable, un sobresaliente en este apartado para McDonagh) y estallidos contundentes aunque cuidadosamente contenidos de violencia (los Coen suelen desparramarse bastante más hacia el tercio final, pero aquí no es el caso y no se echa de menos). Y por supuesto contribuye sin duda un conjunto de actores en su mejor momento interpretativo: Woody Harrelson, Frances McDormand y Sam Rockwell (los dos últimos galardonados con sendos Oscar por sus interpretaciones).
En definitiva, un filme en el que se entra sin dificultad, se saborea durante cada escena, se disfruta de su desarrollo y entristece porque termina. Pocas veces el espectador será tan consciente de estas sensaciones mientras está viendo una película. Tres anuncios a las afueras es una prueba inobjetable de que el cine aún tiene margen para profundizar en una narración, no vanguardista, pero sí tremendamente moderna y eficaz del relato en imágenes.
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