Cuando tienes una secuela que supone un negocio prácticamente asegurado llueven los productores ejecutivos, empezando por los compositores de las canciones (Benny Andersson y Björn Ulvaeus caldean el ambiente con esta secuela con vistas al anunciado/esperado revival planetario de ABBA). O sea que dinero no va a faltar, y con él mejoras la inversión en vestuario, se afinan aún más las localizaciones, se reúne al reparto original casi al completo más un par de incorporaciones de renombre, añades los consabidos cameos de Björn y Benny... y ya tienes un estreno veraniego para todos los públicos que priorizan el entretenimiento y (sobre todo los fans de la música de ABBA) revivir el buen rollo cuidadosamente improvisado que exhibió su exitosa predecesora: Mamma mia! (2008).
¿Que han olvidado entre semejante despliegue de medios? Un guión que contenga un mínimo de anécdota interesante y, lo que habría sido el mínimo exigible, ya que el gancho la música del cuartero sueco: una buena selección de canciones de ABBA para encajar y coreografiar con humor y actores no especialmente dotados para el baile (sin duda el secreto del éxito de la película de 2008). No estoy pidiendo que las letras encajen con el nivel de ajuste de la primera (al fin y al cabo estamos hablando de un musical que ya llevaba años en los escenarios), pero sí un mejor conocimiento del repertorio discográfico y un mayor nivel de exigencia en esta tarea. Apenas destaca el acierto de One of us y When I kissed the teacher (bien insertadas en la historia), el apunte de buen rollo de Why did it have to be me? (no completa) y el desperdicio de mi favorita: The name of the game, que no llegó a entrar en la primera película (aunque se incluyó en la banda sonora) y que ahora pasa completamente desapercibida.
Lo más decepcionante es que apenas haya unos pocos números musicales bien trabajados (al fin y al cabo es lo que se espera de este género, al menos desde Cabaret (1972) de Bob Fosse), sino apenas una introducción a la melodía como fondo de una coreografía incipiente, una especie de interpretación a medio camino que se diluye en los diálogos sin llegar a convertirse en un número musical como Dios manda. Todo un mundo de posibilidades dilapidadas, todo fiado al efecto de ver a Cher en pantalla, es más, de sobrevivir al hecho de ver a Andy García cantar y moverse (que no bailar) con los acordes de Fernando.
¿El resultado? Un filme que ni divierte ni entretiene, un taquillazo que aburre desde el minuto quince, una extensión artificial de una historia que --dado el talento y el presupuesto disponibles-- merecía algo más de esfuerzo creativo. En su lugar, Mamma mia! Una y otra vez (2018) nos ofrece una secuencia de escenas sin gracia y de drama tontorrón y previsible al estilo de Vacaciones en el mar (1977-1987). Ni siquiera convencerá a los que descubrieron la música de ABBA con la primera parte. Un estreno veraniego a evitar sin lugar a dudas.
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