jueves, 12 de julio de 2018

Demasiado lastre televisivo (Formentera Lady)

Se nota --y mucho-- el medio en el que ha velado las armas Pau Durà, que debuta en la dirección con Formentera Lady (2018) tras una dilatada experiencia como actor: series de televisión durante los primeros dosmiles, cuando se consolidaba un formato y, por extensión, una narrativa muy concreta, forjada en los noventa. 7 vidas (1999-2006), Plats bruts (1999-2002), Ventdelplà (2005-2010), Crematorio (2011), El príncipe (2014-2016) o Merlí (2015-2018). Y precisamente ahora que --gracias a las plataformas digitales-- a las series no les falta financiación ni visibilidad, Pau Durà se lanza de cabeza al producto audiovisual por excelencia: el largometraje de ficción.

La comparación es dolorosa pero no puedo evitar hacerla: si esta película se hubiera escrito y producido en EE UU estaríamos hablando de cine indie, de recursos narrativos novedosos, de discursos a la contra asomando a la gran pantalla, de personajes retratados en sus contradicciones; pero como está hecha en España lo que destaca por encima de cualquier otro mérito es el lastre de un modo de guionizar y de rodar importado acríticamente desde la televisión sin apenas cambios ni añadidos. Echo de menos en Formentera Lady una mayor inversión en el desarrollo argumental (hitos intermedios, objetivos, mejor definición de personajes, escenas definitorias...) y una narración más elaborada (aprovechar la localización, marcar los tiempos con un montaje más desconcertante y menos predecible...). Al menos dos aciertos del guión podrían haber destacado más si el relato contuviera una mayor carga de subjetividad narrativa, pero la inercia de mostrar sin apenas montaje, con el método de trabajo más cómodo para los actores y el director, hace difícil que luzca un prometedor trabajo de guión. El cine estadounidense tendrá sus defectos, pero al menos sabe huir de las comodidades televisivas como de la peste. Pau Durà debería optar por un tratamiento de desintoxicación televisiva para encontrar su voz y su punto de vista en el nuevo medio al que ha decidido saltar: no sólo para adoptar lo bueno y lo eficaz conocido, sino para hacer valer sus propias contribuciones.



En lugar de eso Durà aplica esa forma de contar historias aprendida en la televisión: acumular momentos dramáticos y sentidos --con un niño protagonista esto es aún más sencillo-- a base de escenas sin apenas planificación, sin tratar de encontrar un punto de vista ni asociar --por ejemplo-- recursos formales a los intérpretes. Los protagonistas son auténticos Guardar como... de los que pueblan las numerosas series de la pequeña pantalla: viejunos de pasado bohemio (con una fascinación no enfatizada pero sí mal disimulada por el director) bien interpretados, mujeres en segundo plano que aportan la sensibilidad y el lado práctico, menores que con su mera presencia ablandan a la audiencia... Pero lo más decepcionante es que el desarrollo argumental de Formentera Lady se centra en una anécdota que el cine ya ha convertido casi en un género (ajuste generacional entre abuelos/as nietos/as), por lo que el espectador puede anticipar sin problemas la mayoría de los hitos del relato, y aun así no se aprecia un intento serio por desorientar al público y/o quebrar sus expectativas. Apostar por lo seguro --el típico balanceo entre drama y humor-- habría mejorado la impresión global, pero puede más la presión del efecto y la identificación inmediatos.

En definitiva, Formentera Lady da la impresión de un guión rápido al que no ha habido tiempo de moldear debidamente, excepto en el capítulo del idioma; ahi sí se nota que Durà lo tiene claro y es valiente y consecuente: por fin una película española que no teme mezclar idiomas a todos los niveles, atreviéndose a mostrar que los grupos humanos no somos monolingües, y que las personas se las apañan muy bien para entenderse intercalando catalán, balear y castellano (y sobre todo mi respeto por los actores y actrices no catalanohablantes que se prestan a estos rodajes sin complejos ni caras raras). Y que el cine puede reflejar esa realidad sin afectar a la comunicación. Esa convicción es la que conseguirá marcar una beneficiosa diferencia para el cine español, quizá incorporándola a la narración de una forma dramáticamente natural y creativa, más allá de los apellidos vascos o catalanes...


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