Presentada y ensalzada por muchos --por el hecho de estar escrita, dirigida y protagonizada por surcoreanos, aunque su producción sea totalmente estadounidense-- como un filme en la estela de Parásitos (2019), lo cierto es que nada o casi nada hay de eso, excepto quizá el hecho de que los cineastas de ese país están de moda por méritos propios. Más de uno y más de una morderán este anzuelo. Más paralelismos que contribuyen al éxito y a la expectativa positiva: el triunfo arrasador de Bong Joon Ho y la lluvia de galardones que recibió Parásitos y los que está recibiendo ahora Lee Isaac Chung por Minari. Historia de mi familia (2020). De pronto es como si críticos y expertos hubieran fijado su atención en los cineastas surcoreanos, convencidos de que ellos sí han encontrado la piedra filosofal que mezcla en su justa medida argumentos mínimos, un punto de extrañamiento indie en las situaciones y caracterizaciones de personajes, un estilo sobrio aunque directo que huye de lo pedante y, sobre todo, un deseo explícito de mantener al espectador interesado. Es como un reverso mejorado del cine espeso de arte y ensayo de los sesenta y setenta. De entrada, ahí están los premios en numerosos festivales y sus 6 nominaciones a los Oscar, así que muerdo también el anzuelo y no me resisto a ver Minari. Historia de mi familia.
Pero resulta que estamos en las antípodas de la anécdota y el estilo de Parásitos, más bien ante una inmersión en los dramas de superación familiar de los ochenta: no es solamente que esté ambientada en esos años (concretamente en los años de crecimiento confiado del primer mandato de Reagan), sino narrada con la misma perspectiva sentimental y dramaturgia actoral de aquellas películas ochenteras que nos conmovieron hace tanto (un género que, si no inventó, al menos performó Robert Redford en su versión moderna con Gente corriente, un filme rodado en 1980 y que extendió su influencia incontestable durante veinte años). El filme de Chung posee el mismo centro de gravedad familiar, un guión basado en su infancia, variaciones controladas y reconocibles de elementos propios de esta clase de historias, personajes en un ambiente extraño (diversidad cultural, tradiciones desconocidas para el público occidental), un proceso de integración no normativo, teatralidad interpretativa, catarsis superadora de conflictos, acercamiento entre generaciones alternas (abuela y nieto)... La anécdota principal de Minari. Historia de mi familia es también una variación atrevida y progresista del sueño americano, una prueba de su validez universal teórica (no se aplicaría sólo a estadounidenses, sino a quienes viven y trabajan allí), aunque no descubre nuevos yacimientos de encanto y/o intensidad; si acaso --a los viejunos-- nos retrotrae a aquellos dramas étnicos ochenteros del estilo de La balada de Narayama (1983) y que culminaron su popularidad una década después: El olor de la papaya verde (1993), El banquete de boda (1993), Adiós a mi concubina (1993), Comer, beber, amar (1994).
Igual que Chloé Zhao, Lee Isaac Chung es un hijo de emigrantes que ha vivido, crecido y aculturado en EE UU. No es un extranjero, es un naturalizado de primer orden que, al igual que muchos en su situación, tiene mucho que aportar a la visión cinematográfica de los EE UU realmente existentes. El éxito de Nomadland (2020) y de Minari. Historia de mi familia son el mejor favor que se puede hacer a sí mismo ese país y el definitivo zasca-tapabocas para el cafre de Donald Trump, anclado como tantos en una idea de país monolítico, binario y sostenido por ideologías clasistas, racistas, negacionistas, conspiracionistas y ridículas. Zhao y Chung no sólo incorporan a su cine su propia mochila familiar y su visión de la sociedad de sus años de juventud, también un estilo sincero, directo y sencillo que --a diferencia del tópico del artista emigrante cuyo único tema se asume que debería ser el fenómeno que ha marcado la existencia-- se despliega con independencia del argumento de la película, es extrapolable a toda clase de géneros. Estos nuevos estadounidenses quieren, por encima de todo, hacer cine; sus orígenes son una anécdota, y aunque su tradición cultural de origen pesa, quieren hablar de todo en sus películas; por eso Zhao ha soltado lastre y dado un giro radical a su filmografía dirigiendo Los eternos (2021), un filme de entretenimiento fantástico alejado de toda realidad social. Bravo por esta lección de coherencia.
No es nueva esa fascinación de los nietos por el mundo parcial y ajeno que revelan sus abuelos, cosas de las que sus padres no les hablan (más bien prefieren obviar u olvidar), dándose de bruces con una ética y una existencia que entran en contradicción con las normas que les inculcan la familia y la escuela. Minari. Historia de mi familia narra una acumulación de momentos íntimos y domésticos con seres cercanos y desconocidos que ayudan a un niño a salir a la vida, encajar en su linaje, encontrar su lugar en el mundo... En definitiva, el típico relato hecho de fragmentos domésticos y significativos que nos conmueve por su simplicidad y sus valores; la diferencia con otros es que esta vez los granjeros son coreanos, pero poco más. Me parece una nueva confirmación del vigor que muestra ese cine íntimo y personal que intuyó Truffaut hace ya tanto, y aunque la acumulación de precedentes obliga a introducir nuevos elementos (coreanos en Arkansas, hongkoneses en San Francisco...) y el resultado no siempre es percutante o nuevo, el caso es que el formato sigue triunfando entre el público. Sin embargo, a pesar de todas estas indudables virtudes, no me parece que estemos ante la triunfadora de la 93ª edición de los premios de la Academia, aunque con mi expediente de fracasos reincidentes en la quiniela de los Oscar no resulta un pronóstico muy fiable.
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